miércoles, 16 de diciembre de 2009

Achtung! Italienischen maultaschen!

Antes que nada, quiero pedir perdón a los alemanes: ¡creo que hice con su comida lo que los franceses con la mía! Os aseguro que no era mi intención ofender vuestras tradiciones, aunque sí tengo mis dudas acerca del tema de este post: los maultaschen. O, como ya se conocen en mi casa, los raviolonis alemanes (hubo una propuesta alternativas: 'gyozas alemanas', pero no prosperó). Mi duda es: ¿de dónde venís?

La razón de mi prefación-excusa es que preparé vuestros maultaschen si tener ni idea de como se suelen cocinar. O mejor dicho, sin tener ni idea...sin más. ¡Si yo ni siquiera sabía que los alemanes hacían raviolonis! Pero nuestro querida Rachel, conociéndome, me regaló una caja de maultaschen y una de verdaderas salchichas verdaderamente alemanas de verdad (de la buena). Así que, domingo por la mañana, ¡manos a la obra!

Hice una salsa muy ligera de tomate para los maultaschen (hombre, soy italiano no puedo comer sin ver algo rojo en el plato...) y preparé repollo con patatas: pensé que los vegetales en cuestión darían un aire más alemán al plato. La bebida elegida fue una fantástica Paulaner.

El resultado se puede ver en la foto (hecha con mi cámara nueva, by the way) y parece que gustó...aunque Rocío estuvo muy cerca de comer los maultaschen con salsa de soja, me temo. Eso sí, ¡la salchichas me salieron estupendamente!

PS: os dejo esta escena de una película con Alberto Sordi ('Tutti a casa', 1960): poco más de un minuto para entender como los italianos se ven y como ven a los alemanes...En la ‘información’ del vídeo han escrito el dialogo, espero ayude para entender de que va.

martes, 15 de diciembre de 2009

Un 'take away' italiano en... París

- ¿¿¿Pero a quién se le ocurre pensar que un plato de pasta italiana que vaya dentro de un cartón puede ser disfrutado (como se merece)??? Aprisa, del todo impersonal, sin tiempo para saborearlo… si es que es un insulto a la cultura mediterránea… una contradicción en sí misma.

Pondría el grito en el cielo. ¿Quién? El chef italiano que metiera sus narices en los fogones de Mezzo di Pasta. Muy posiblemente.

Esta franquicia parisina de gran éxito tiene su razón de ser en que los franceses, como la mayoría de los mortales, adoran la comida italiana. Sin embargo, el paisaje culinario de la ciudad lo admite a regañadientes. París disimula su devoción por la pasta "al dente" entreteniendo al viandante con exuberantes escaparates llenos de platos à emporter, que es como le dicen aquí a la comida para llevar.

A esta maniobra escapa Mezzo di Pasta. Y no se trata del típico restaurante italiano donde, aparte de darte un banquete in situ, si quieres, preparan tu pedido para llevar. No, no, no, es que realmente se ajusta al concepto take away puramente americano, con su menú oferta de bebida y postre (6,50 ó 7,50 euros), sin que el estómago se resienta, todo lo contrario, queda deliciosamente agradecido.

Primero decides el tipo de pasta fresca (clásica o rellena) que quieres probar, a continuación la cuecen en sólo 5 minutos delante de ti y finalmente le añaden la especialidad que hayas escogido, salsas que preparan diariamente. Las típicas (pesto, boloñesa o napolitana…) o alguna más original: vodka (tomate, nata, vodka y perejil) o indy (nata, pollo, curry y pimiento). Además, en primavera y verano cuentan con ensaladas de pasta por 5 euros y en invierno y otoño con sopas por 3 euros. Tienen hasta menú infantil: ¡el piccolino!

¿Imita entonces un amor imposible el binomio franquicia-cocina mediterránea? ¿Podríamos nosotros españoles hacer algo semejante y de calidad con nuestra paella (por ejemplo) y además sacarle beneficio? ¿O sería complicado que la mente anglosajona se inmiscuyera de esa manera en nuestra gastronomía?

Es verdad que en ese terreno somos menos prácticos y mucho más acomplejados. A menudo sospechamos de las tapas que sirven los restaurantes españoles en el extranjero, y lo mismo despierta nuestro recelo cualquier negocio familiar que haya crecido un poco, como esa céntrica cadena que hay en Madrid.

Pero bueno, sabemos que labia y ganas de discusión nos sobran -como a los italianos- antes y después de comer. Así que volviendo sobre ese chef imaginario que también se pregunta ¿dónde queda la sobremesa de Mezzo di Pasta? le apuntamos que en el caso de caracteres pasionales y fácilmente alterables como los nuestros tampoco pasa nada por hacer una excepción y dejarla para otro día, por si las moscas...

*Una película: ‘Dramma della gelosia’. El triángulo amoroso compuesto por Marcello Mastroianni, Monica Vitti y Giancarlo Giannini acaban organizando un pitote monumental en el restaurante italiano al que los dos primeros acuden a comer y donde el tercero trabaja.

jueves, 26 de noviembre de 2009

¡Paga él!


Como no podía ser de otra manera, he aprovechado la visita de mi tío, que ha vuelto hoy a Madrid después de una semana por aquí, para llenar el buche a su cuenta en sitios buenos, la mayoría de los cuales I couldn't afford it.

Recién aterrizado nos vimos las caras en P.J. Clarke´s, una predilección suya que se remonta a sus primeras correrías en la ciudad. Este histórico comedor ha visto pasar por sus manteles de cuadros a todas las celebridades que os podáis imaginar. De su época dorada queda rastro cinematográfico en 'Días sin huella', 'Mad Men' o 'Infamous' (Harper Lee y Capote comparten dos o tres cenas allí). Su viejo prestigio se ha diluido con los años y las franquicias (pocas) abiertas en en el World Financial Center y frente al Lincoln Center. Hace tiempo que perdió el entorchado (siempre discutible) de mejor hamburguesa de la ciudad y que hoy se disputan Minetta Tavern (la más cara, 26 dólares), Corner Bistro, Burger Joint del Le Parker Meridien, Shake Shack o The Spotted Pig. Pero sigue siendo P. J. Clarke's. Nos encanta, y además tiene precios populares. Este sí nos lo podemos permitir.

No como la cenita que nos marcamos en The Oak Room, el mítico bar del Plaza que en su nueva etapa tras la reapertura del hotel ha recuperado el salón del desaparecido Oyster Room para convertirlo en su restaurante. Y hay que decir que mucho ruido y nueces ricas pero justitas. En cuanto al ruido del Oak Room hay que aclarar que nos encanta: desde su irredentismo decorativo -el viejo y lujoso eclecticismo de aquellos decimonónicos ricos de nuevo mundo- a los usos y maneras del personal -no os perdáis a Britney, quizá la mujer más bella de cuantas pastorean comensales en Nueva York-. Y a ver, las nueces son excelentes, pero me da la sensación de que sitios como el Oak Room, no sé si por su condición de 'landmarks', tienden a la comodidad en cuanto a su oferta gastronómica. Cojonudos el foie y las vieiras que tomé, pero tampoco como para volverse loco.

Mucho más satisfactorio me pareció el Aldea del meio portugués George Mendes, un restaurante del que últimamente se habla bastante en Nueva York. Su genealogía ibérica, desde el jamón serrano al bacalao, ya se advierte en la carta. Nos han dicho que el pato les sale de maravilla, pero a mí me apetecía pescado, y pedí un monkfish (rape, para entendernos) con salsa de puerros e hinojo (qué bien le va el hinojo a los peces) que estaba riquísimo, como el arroz negro que lo acompañaba (pese al queso de la emulsión; parece que en esta ciudad arroz y risotto son sinónimos). Muy recomendable, y no demasiado caro.



Precisamente en la cocina abierta del Barbuto estaban cortando unos fresquísimos rapes para la cena el día que paramos allí a comer. Ambas cosas (la cocina a la vista y el buen pescado) prometían mucho, pero la cosa terminó en semidecepción. Hace unas semanas, durante uno de mis paseos por la zona, había reparado en este bonito restaurante por su original ubicación en lo que parece que fue un garaje, del que todavía conserva la gran puerta acristalada que abren con el buen tiempo. El sitio es chulo, en efecto, pero la comida es irregular. Empecé con una gran sopa de lentejas, pero el risotto de aficionados que después de una larguísima espera me pusieron delante (arroz largo, punto infecto) lo echó todo por tierra. Imperdonable en un sitio que se supone italiano. Me pareció además bastante pasado de precio, cosa supongo del barrio en el que está.

David Burke pasa por ser uno de los cocineros norteamericanos más reputados. En la línea de otros colegas de fama mundial, ha encontrado en la fundación de una sucursal accesible de su emporio gastronómico un modo de dar salida a sus 'invenciones' y explotar masivamente la marca creada. En ese plan, ha instalado en joint venture con Bloomingdale's un restaurante en los bajos del famoso almacén neoyorquino que pese a su apariencia pret a porter está bien, aunque un poco caro para lo que es. Mi tío ha estado estos días viviendo justo enfrente, así que se ha dejado caer por allí varias veces. Ayer le acompañé. Comí salmón a la parrilla, de nuevo con risotto, todo muy bueno de punto y sabor (bueno, excepto unos espárragos como plastificados que acompañaban la jugada).

Y hoy nos hemos despedido a una de las mesas de otro viejo comedor de referencia en la Tercera Avenida, Smith & Wollensky. La marca se ha expandido hasta contar con 16 restaurantes en todo el país, pero el local original mantiene la calidad y el ambiente de una steakhouse única y de primera. Suyo es el pedazo de carne que podéis ver al comienzo de este post (al fondo se intuyen las deliciosas patatas que en plan fritada, con un punto de cebolla y pimiento verde, ofrecen como 'side'). Creo que sobran las palabras.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Zabar's


Calle 80 con Broadway: Zabar's. Llamarlo supermercado sería inelegante e inexacto. Es un lugar sublime para hacer la compra. ¿Y qué necesidad tenemos de hacer la compra en un sitio 'sublime', pelma?, os preguntaréis no sin cierta irritación los que en el Lidl encontráis todo lo que precisáis. Pues muy sencillo, os diré yo: sobre la compra se construye nuestra vida cotidiana, y estoy convencido de que si en hacerla bien encontramos un placer, sencillo pero esencial, las cosas nos irán mejor y seremos más felices.

La cuestión es que en el mundo acelerado y retractilado en el que nos desenvolvemos, encontrar tiempo y lugar para hacer bien la compra puede resultar complicado. Las galerías comerciales languidecen o desaparecen. Los viejos mercados que sobreviven a la expansión de las grandes cadenas de alimentación lo hacen como exóticos recintos consagrados a la delicatessen para el turista y el decadente.

Los neoyorquinos son de los ciudadanos más acelerados del planeta, pero procuran hacer la compra en sitios bonitos, sosegados y sobre todo muy bien surtidos. Supongo que forma parte del simpático esnobismo colectivo que cultivan. Dejo al margen los deli de cada esquina, con sus deslumbrantes escalas cromáticas de frutas y hortalizas de todas las procedencias alineadas a pie de calle por inmigrantes ilegales que trabajan de sol a sol para mantenerlos abiertos las 24 horas del día. Pienso más en establecimientos como los ubicuos Whole Foods, que viene a ser la franquicia del market excelente y orgánico. El mío, el de al lado de casa, es el Central Market, en la calle 110 entre la Octava y Manhattan Avenue, y está bastante bien.

Pero lo que me gustaría de verdad sería tener más cerca Zabar's. Esta es su historia y su filosofía, para que os hagáis una idea del lugar. Hasta la prosa sencilla y precisa de la presentación es elocuente respecto a su excelencia.

Entras, y lo primero que te encuentras a la izquierda es su fabuloso rincón del encurtido y la aceituna, que no es sino apéndice y prólogo de la fastuosa sección de quesos que ves de frente y que ocupa prácticamente un quinto del local. Obviamente tienen de todo y de todas partes; hasta bolsitas con cortezas de parmesano a centavos la libra, que supongo tendrán alguna secreta utilidad. Recórrelo en zig-zag y contemplarás embobado la feliz actividad de la carnicería, la sección de platos preparados o la panadería y la variada abundancia del mostrador de ahumados o el rincón del café.

Una de las grandes cosas de Zabar's es que se ha mantenido acotado; no ha crecido hasta alcanzar dimensiones que harían peligrar su excelencia. Tiene una variadísima oferta de productos muy concretos. Pero lo mejor de todo es que no es especialmente caro. Y uno, acostumbrado a los provincianos 'aristocratismos' de Mallorca o Sánchez Romero, marcas madrileñas que podrían recordar muy pálidamente la oferta de Zabar's, alucina.
(Como la señora de la imagen, sacada de la web de Sánchez Romero, que parece mirar su ticket y decir, al borde de la catatonia: "no puede ser")

martes, 10 de noviembre de 2009

Un asiático (y un italiano) en Valdemoro

Explicar como y cuando mi suerte me ha llevado a Valdemoro es un poco largo y poco interesante. Pero el día que pasé allí fue bastante divertido...Sé que había prometido ir a un sitio nuevo de Madrid, con gente guapa...tarde o temprano la gente guapa irá donde voy yo (única posibilidad para que escriba algo acerca de la comida y de la gente guapa).

Ah, Valdemoro, claro...Bueno, el caso es que yo estaba allí con unos amigos y era hora de comer. Yo tiro siempre hacia el monte, es decir, hacia un restaurante español de barrio, pero quien come comida española todos los días, luego quiere ir a un asiático. Normal.

...y allí estaba yo, riéndome en buena compañía en un restaurante asiático en Valdemoro. El sitio en cuestión se llama 'Bamboo' y me ha sorprendido. Mucha elección, platos de varios países, con un óptimo servicio y la comida muy muy rica.

Así que, si algún día la suerte os lleva a Valdemoro, es hora de comer y queréis asiático, ya sabéis: 'Bamboo'.


En fin, os puedo asegurar que si se dan las justas circunstancias, un día en Valdemoro es una experiencia única.

Una canción: 'Freak', Samuele Bersani.


lunes, 9 de noviembre de 2009

La redención del perrito


Embriagado por los atractivos de la gran ciudad, me faltan tiempo y ganas siquiera para pasar a limpio las numerosas notas mentales de mi experiencia neoyorquina. Quizá por ser domingo he tenido un repente de decencia y he pensado que en lo que respecta a DondeComenDos ya era hora de reportarse, aunque fuera sumariamente.

Y he pensado (otra vez) que mi primer perrito neoyorquino podría ser un buen asunto. Sí, sí, como lo oyen. Llevo aquí ya un mes y hasta ayer no me había metido para el cuerpo un ejemplar del que pasa por ser uno de los prototípicos bocados de esquina de esta ciudad que, además de nunca dormir, nunca deja de engullir.

Pero mi perrito inaugural no ha sido precisamente un chucho. Ayer deambulaba por Park Slope rumbo al Salón del Cómic de Brooklyn cuando en la calle Bergen, formando parte de un primoroso alineamiento de bonitos comercios en un edificio recién restaurado, encontré primero la Bergen Street Comics, un lugar maravilloso donde pasé un largo rato hojeando joyitas, y después, ya con el apetito azuzado, y casi pared con pared, un local que emitía apetitosas fragancias llamado Bark.

Reproduzco la declaración de intenciones que los patrones de este particular comedor han hecho imprimir en sus menús: "Nuestra misión en Bark es ofrecer a nuestros clientes una experiencia increible. Simplemente nos encantan los perritos, y esta devoción alimenta nuestro deseo de ofrecer una comida y un servicio excelentes. En Bark llevamos a cabo una interpretación artesanal del fast food. El fast food ya no tiene por qué ser barato, producido masivamente, alterado química y genéticamente y despersonalizado. Siempre que es posible, compramos nuestros productos, carne, leche y cerveza a proovedores locales, orgánicos y sostenibles".

Puede sonar a coartada, pero un pequeño local como Bark no tiene necesidad de adoptar eslóganes falaces a lo McDonalds. Además, si un tipo refinado como yo decidió entrar allí será por algo, ¿no? Bueno, pues en efecto. Aparte del excelente interiorismo -en esta ciudad saben montar los sitios; nada de abrumadoras luces cenitales, por ejemplo-, en Bark hacen las cosas muy bien, y si presumen de haber redimido al hot dog de una vida barriobajera es porque pueden. Yo opté por una de las versiones más sencillas de cuantas allí ofrecen, el NYC Classic, con cebolla roja, mostaza y una especie de confitura de tomate. Lo veis ahí arriba. Pero es que estaba realmente bueno. Como las fries salpimentadas, caseras desde el corte y con su poquito de piel, eso que aquí tanto gusta. Y la Sixpoint Bengali Tiger, cerveza del país que pega fuerte pero no tiene el espesor empalagoso de otras americanas.

El Bark está justo a la salida del metro de Bergen St., así que no resultará difícil volver para probar su egg sandwich, clasificado hace un par de semanas por el 'New York' como uno de los nueve mejores de la ciudad.

(foto Flick barvaron)

sábado, 31 de octubre de 2009

Fête des Vendanges

'Salut les copains!', demos un respiro a Martínez y a su rastreo neoyorquino y pongamos pies y paladar en suelo francés.

Hablar de comida en París… sólo se me ocurre decir: “¡Vaya papelón!”. ¿Por dónde empezar? El queso, el vino, el pan, la patisserie… Desdramaticemos. Los franceses son los mismos que creen contar con los mejores chefs, aquéllos que aplican su delicatessen al producto extranjero (el queso manchego cuesta 22 euros el kg.) y los que ponen de oferta los tomates ajenos -valencianos para más señas- ignorando que su sabor supera con creces al de los propios. Pero para no caer en abstracciones, ni en debates de mesa y mantel, abrazo la primera que me viene dada.

Ocurre en Montmartre, desde 1933. Cada segundo fin de semana de octubre se celebra la Fête des Vendanges. Le viene al pelo porque antiguamente esta colina, barrio que atrae la atención de los turistas por su fama bohemia y canalla, estaba llena de viñas.

Uvas, vino, Dioniso y... voilà, tenemos la ecuación. Donde ahora se encuentra la basílica del Sacre Coeur decapitaron a San Dionisio y así se explica eso de “Monte del mártir”.

Por estas fechas, los alrededores del distrito 18 en fiestas se llenan de carpas divididas en regiones dispuestas a descentralizar el país por unos días.

El menú, variadísimo, lo marca un recorrido de norte a sur. El mío: De primero, ostras de Bretaña, que saben a mar que da gusto, de segundo, setas sazonadas de la comuna de St. Chamond (cercana a la ciudad de Saint-Étienne) con caracoles salvajes, después un poco de embutido de la montaña -hay para escoger (nature, herbes, fume…)- y de postre nougat de la región de Limousin, que es como nuestro turrón de Alicante pero con sabores diversos (chocolate, café, praliné, canela...).


En conserva me llevé el plato estrella: el pato (o canard), y ya tengo mi aportación de cara a la próxima Nochebuena. Vendido en foie, pâté o caliente a la brasa, la gente lo comía hasta en bocadillo (por 5 euros).

Al otro lado de la feria triunfaba una especialidad similar con toque español -por eso de que el protagonista era el jamón-. La mejor baguette, ésa que está bien metida en harina, el embutido citado y la feliz y francesa idea de llevar una estufa que derritiera el queso. Para ver fuegos artificiales.

martes, 27 de octubre de 2009

Un 'neodiner' en Union Square


Aunque en el 'New York' lo ponen un poco a parir, a mi me ha gustado The Coffee Shop, el 'loungey pseudo-diner' (según definición de la citada review del NYM) de Union Square, donde he dado hoy con mis huesos después de una larga mañana rebuscando en las millas de anaqueles de Strand. En consonancia con sus pretensiones cool, el lugar mola bastante, la selección musical es apreciable, tiene uno de esos fabulosos horarios que se estilan por aquí (digamos que casi no cierra) y cuenta con un numeroso staff de camareras que parecen modelos, no hacen nada y responden con creces al perfil de bellas mujeres de Nueva York que cantaran Carlos Gardel y Woody Allen.

Perdonad el horrible desenfoque de la foto de la ropa vieja (sí, sí, ropa vieja) que pedí. En vivo resultaba mucho más apetitosa. La carne estaba estupenda y acompañada, como veis, de arroz, frijoles y plátano frito. Después me trajeron el mejor café que he tomado desde que estoy en Nueva York.

Volveremos a este neodiner, por céntrico y porque nos ha gustado. Aunque mi favorito sigue siendo el Kellogg's, en Williamsburg. Uno de mis primeros días por aquí me desayuné una riquísima tortilla paisana mientras una ajada camarera parecidísima a la Eileen Brennan de 'The last picture show' cantaba por Marvin Gaye en sus idas y venidas.

A modo de homenaje a las hermosas 'waitresses' del The Coffee Shop, y por qué no, también a la encantadora vieja del Kellogg's, aquí está Gardel despertando en Manhattan y abriendo una ventana al Flatiron, un poco más arriba de Union Square, rodeado de unas cuantas 'rubias de New York':

sábado, 24 de octubre de 2009

El nuevo almacén de Brooklyn


Yo estoy instalado en Manhattan desde hace semanas, pero DondeComenDos sigue de momento en Williamsburg, porque anoche fui a cenar allí a un restaurante llamado 'El Almacén' (aquí la reseña del New York Magazine). Diego y Eduardo son dos argentinos lo suficientemente emprendedores como para montar este bonito garito pidiendo las licencias sobre la marcha -la de despachar alcohol al parecer la han conseguido hace bien poco- y peleándose cotidianamente con las autoridades competentes. Ayer estaba llenito y creo que así está siempre ( la verdad es que el virtuosismo local para optimizar el espacio en los restaurantes contribuye a alimentar esa sensación).

Obviamente nos dimos a la carne, y disfrutamos muchísimo. Tengo entendido que en El Almacén no hacen eso tan vistoso que hacen en muchos sitios en España de importar vía aérea las piezas de Argentina. Es materia prima local. Y quedó demostrado que es una política razonable. Llegaron a la mesa varios churrascos, entrañas y una cosa al parecer deliciosa que yo no probé llamada costilla de res (la carne es guisada durante muchas horas a fuego lento). Las piezas de parrilla vinieron en unos enormes y pesados tocones de árbol con unas patatas excelentes o un puré de tal ligeramente picante. Especulamos con que el picor y el color verdoso se debiera a una aplicación de wasabi (kia!).

Respecto a la entraña, yo cometí un error basado en mi experiencia española con los puntos. Cuando en España digo al punto, casi siempre me traen la carne más cruda de lo que a mí me gusta, así que he desarrollado un automatismo para pedirla bien hecha y que así llegue con un rosor satisfactorio. Ayer, pues, pedí mi entraña 'well done' sin pestañear, y fue un error. Porque cuando terminé y me giré a la derecha para reclamar las sobras de mi compañera de al lado, que también había pedido entraña pero al punto, me di cuenta de que estaba mucho mejor. Me quedé con las ganas de sugerir a los jefes que aunque llegue un tipo pidiendo las cosas demasiado cocinadas, hagan como en El Viejo Almacén e ignoren en lo posible su solicitud.

Un alfajor muy rico y un coulant de chocolate (cómo se ha universalizado el bizcochito fluído) sirvieron para cerrar una cena estupenda. Con tips y tax y demás (pedimos dos botellas de vino, que eramos siete), 40 dólares por cabeza.

jueves, 15 de octubre de 2009

Autumn in Nueva York: un appetizer

Me encanta la publicidad en español que hay por Nueva York. La sintaxis y el vocabulario son deliciosos. He aquí un anuncio institucional que se puede ver en el metro: "Te estás tomando las libras? Las sodas y otras bebidas azucaradas engordan muchísimo. ¡No las tomes! Elige el agua, seltzer o leche baja en grasa". Firmado el Departamento de Salud del amigo Bloomberg.

Este anuncio, significativamente orientado a la población hispana, es una prueba de la preocupación neoyorquina por el keep fit y el buen comer, y demuestra que, también en este aspecto, NY es una isla respecto al resto del país. Este domingo en su Magazine, el 'New York Times' se atrevía a traer de la vieja metrópoli ni más ni menos que a Jamie Oliver para enseñar a comer bien a las 'unhealthiest towns' del país.

Y es que ya lo decía Patrick Bateman, ciudadano ejemplar de esta ciudad en la que me hallo por unos meses: "nunca se está lo suficientemente delgado". Y en esa misma línea, añado que Nueva York es un gran sitio para comer bien. Nadie te obliga a ingerir grasientas hamburguesas ni cestos repletos de pringosas 'fries'. Yo por ejemplo he tardado más de una semana en comerme una Lucky Burger.

De hecho, aparte del inevitable bagel de la mañana inaugural, mi primera comida seria fue en un estupendo e irreprochablemente saludable lugar que me topé por casualidad en mis vagabundeos matinales por Williamsburg. El lugar se llama Egg. Cuando llegué allí un martes sobre las 11 de la mañana y con el estómago extremadamente vacío aquello estaba lleno de modernos y otra gente de buen vivir que se suele ver por este refinado barrio de Brooklyn.


En la imagen, que no hace justicia a las viandas, podéis ver mi desayuno de aquella mañana. Una tortilla de queso de tres huevos -aquí todo a lo grande- en un jugoso punto de cuajo imposible de encontrar más que en casa de la mamá de cada cual. A la izquierda, una especie de ligerísima croqueta de cebolla. A la derecha, tomate en conserva de la casa. Sí, de la casa, porque Egg tiene su propia granja, de cuya actividad da cuenta una bonita carta posada en cada mesa. Y al fondo el café. Bueno, ya sabéis cómo hacen aquí el café. Pese a todo, tueste especial especificado en la carta cuyos detalles por supuesto no recuerdo, molido rústico, presentación individual en cafetera de émbolo y tal. Y esa cosa tan civilizada que aquí hacen en todas partes de ponerte por delante un vaso de agua que te rellenan constantemente.

Pero ya iré contando lo que he comido y como por aquí. Además, he encontrado un market que me satisface bastante -dedicaremos un post a las peculiaridades, con sus pros y sus contras, de hacer la compra en los NY- y que me permite cocinarme lo que me place. Así que no me puedo quejar.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Lucio


Nos cuenta uno de los atentísimos camareros que el secreto de sus archiconocidos huevos estrellados es que todavía se cuajan al calor de una cocina de carbón. Pero yo creo que el asunto viene a ser que, noche tras noche, Lucio se sigue poniendo la chaqueta blanca para recorrer las mesas de su insospechado emporio gastronómico, taberna ilustrada deluxe que teniendo 35 años parece contar al menos el doble. Quién le hubiera dicho a Lucio cuando trabajaba en el vecino Schotis.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Lisboa


"Piensan muchos españoles que Portugal es un país de pobres y se equivocan redondamente. Portugal es un país de ricos pobres, lo que es muy distinto". Quizá en este aserto defendido por el filósofo Gabriel Magalhães en el 'Culturas' de 'La Vanguardia' de la semana pasada se encuentre una de las claves para entender las particularidades de esa pequeña nación que muchos por aquí conciben como mero apéndice, pero que como su historia evidencia tiene una considerable potencia y una enorme capacidad de irradiación.

Quizá en esa condición de ricos pobres se encuentre la explicación a la dignidad que a mi juicio es el rasgo predominante de lo portugués. Versión si se quiere de la pulgosa hidalguía hispana, pero en aseado, luminoso y elegante (a lo mejor por su proyección oceánica), y que lejos de tener su eje en la ceñuda reivindicación de una supuesta pureza de sangre lo encuentra en la búsqueda espontánea de lo bello, capaz de generar precipitados abigarrados y hermosos como Lisboa.

He andado este fin de semana por la ciudad blanca y he corroborado la impresión que había sacado de visitas anteriores. Es un país de una civilidad envidiable. Se aprecia en la gente, se aprecia en sus edificios, y se aprecia en la comida, y en cómo y dónde la sirven.

La dignidad de la cocina portuguesa. Nos llenamos la boca hablando maravillas, y con razón, de cómo se come en España. Pero cuando uno entra en cualquier pequeño restaurante o snack bar lisboeta y se sienta a comer estupendamente por cuatro duros se pregunta inevitablemente si una gastronomía a la que le falla el pilar de la restauración humilde puede presumir de algo. La caspa del Menú del Día sencillamente abochorna cuando la confrontamos con el honesto y civilizado formato de los almuerzos portugueses. La omnipresente sopa -de verduras, de legumbre, de pescado- por apenas 2 euros en el sitio más caro -¡hasta por 0'90 la hemos visto en algún lado!-. De segundo, en cualquier lado podremos elegir entre varios platos de carne y de pescado, y todos primorosamente acompañados de ensalada, arroz, patatas... Lo que sea. Comidas equilibradas y que casi siempre caen bien en el estómago. Y una cosa decisiva: por humilde que sea el lugar, siempre le servirán a usted un vino digno, y que por lo tanto no precisará de gaseosa ni de una temperatura polar para poder ser ingerido.

Pido perdón por este manifiesto de lusofilia un poco papanatas, pero tenía que soltarlo antes de que se me pasara el entusiasmo. He recordado el muy bonito restaurante de barrio donde comí el viernes y me he puesto reivindicativo. Olvidé su nombre, pero si estáis alguna vez por Saldanha a la hora de comer, buscadlo: está en la calle Filipe Folque, haciendo esquina con São Sebastião da Pedreira (aquí).

Os puedo hablar bien de un par de sitios a los que fui a cenar: el Pão de Canela, en la preciosa Praça das Flores, un rincón de Bairro Alto que por no estar en su zona más trillada se conserva al margen de la horda turística. Por allí está también el Kinjolas (Rua O Século, 127), un buen japonés ajustadito de precio. Una vez superado el golpe de calor que nos sobrevino al entrar (30 grados en ese diminuto local, o al menos eso confesaban las pantallitas de dos apagadísimos aparatos de aire acondicionado que allí había), pudimos comprobar que el sashimi estaba bastante rico.

El sábado nos quedamos con las ganas de entrar a cenar en un sitio muy bonito y que prometía, el Chafariz do Vinho. Lástima que estuviera lleno. Pero en la misma calle hicimos el que quizá fue el descubrimiento del viaje. Casi nos pasa inadvertida la existencia de Os Goliardos (Rua Mãe d'Água, 9), un bar de vinos que es en realidad mucho más, como podéis ver en su web. El botellerío y las fotos en las paredes de los más de 500 productores vinícolas de toda Europa que los dueños del negocio vienen frecuentando desde que lo abrieron hace cuatro años demuestran el pedigrí enológico del lugar. Pero es que además tienen este precioso patio al fondo,



que encontramos así de vacío un sábado por la noche, y así debe de estar casi siempre. Ocupado como está el gentío en trepar a Bairro Alto y empaparse de tipismo y multitud no se fija en joyitas de aledaño como esta. Con el entusiasmo no reparamos en la etiqueta del tremendo blanco del Alentejo que nos bebimos.

Me quedé con las ganas de parar en muchísimos sitios, como la Casa do Alentejo; pero es que tres días no dan para nada. Al menos sabemos que a Lisboa siempre se vuelve.

martes, 22 de septiembre de 2009

Isla Mujeres

Pregunta sencilla: ¿Dónde puedo tomar una San Miguel?
Pregunta difícil: ¿Dove posso prendermi una San Miguel ?

Yo, Indiana Jones de los bares, Colón de las tascas populares, Marco Polo de las cervezas, encontré la respuesta a la segunda pregunta, la difícil...muy difícil, porque en Italia no es nada fácil encontrar un sitio agradable donde tomar una San Miguel fría.

El sitio se llama 'Isla Mujeres'...y si fuera la paradisiaca isla mexicana, este post no tendría ningún sentido, pero yo estaría bastante más moreno. No, Isla Mujeres es un restaurante mexicano y se encuentra en el centro de Vasto. Mejor dicho, Isla Mujeres es el mexicano de Vasto. ¿Il messicano tiene San Miguel? Claro, tiene todo lo que tiene que tener un restaurante/cantina mexicana (más cantina, diría yo...): tequila, las hermanas 'modelo', nachos, burritos...pero el grifo San Miguel es el gran protagonista, sin duda.

Día de playa, el sol aún en la piel, acabas de cenar un plato mediterraneo al fresco de una terraza y ves el grifo: piensas sólo en una caña fresca y bien tirada...ay...

La cantina Isla Mujeres es el típico sitio que nunca aburre: parece organizar las noches que quieres...Un servidor, aquí, se ha tomado la molestia de comprobarlo en distintas ocasiones y en distintos horarios (una investigación detallada, sin duda...). Se ha aplicado tanto que más de una vez ha cerrado el bar, para ver hasta que punto es cierto el mito que se ha creado alrededor del messicano. Y dice: ¡Isla Mujeres está padriiiiisiiiiiimoooo!

PD: posiblemente la conexión San Miguel-caña bien tirada se debe a la idea más general: España-caña bien tirada.


Una canción: Messico e nuvole, Paolo Conte (en Spotify)

martes, 25 de agosto de 2009

Siempre joven... con vermú spagnolo




Otra escena de Cocktail: Lavapiés. Diciembre. Un cumpleaños. La mágica cifra de los 30. Tienes mucha suerte, aunque sientas que no. Las ojeras de un curro absorbente y la mente ausente pensando en quien no está te inclinan a pensarlo. No es así. Una botella de dos litros de vermú Valdepablo hará las delicias de los invitados. Un buen amigo italiano, se ofrece al rescate. Te acompaña a todas las tiendas de tu barrio, calle arriba y abajo, con una paciencia infinita y sonrisa profidén.

Tras el aprovisionamiento de pan árabe, hummus, albahaca fresca y otras delicatessen entra en tu cocina, amablemente te echa, y comienza a preparar un digno menú cumpleañero. Ha traído por su cuenta tortillas mexicanas de maíz recién hechas. Y va a preparar fajitas. Intentas poner orden en casa. Metes toda la ropa sucia en el cesto de la ropa. Pones música. Abres una botella de vino blanco. Ya eres mayor para beber lo que te de la gana. Nada de fingir orgasmos con vino tinto.


 Van llegando a casa los invitados. Hay whisky, ron, vodka, ginebra, todo primeras marcas. Sin embargo triunfa un vermú español. Oh! El cocktail más deseado es sencillo de preparar. Se rellena de hielos un vaso grande, digamos modelo Pokal . Bendita Ikea. Se añade un generoso chorro de vermú Valdepablo. Se añaden unas rodajas de naranjas frescas -es invierno- y Sprite.

La botella del vermú gallego no es para nada glamourosa. A falta de buena imagen, y un gran déficit de marketing, su precio no excede los 3 euros. Un cocktail tan modesto desplaza al resto de licores y espirituosos a un segundísimo plano. La comida es estupenda. La compañía excelente. Y la bebida entusiasma.

Una canción: Siempre joven, de Lorena C. Un local: La escalera de Jacob. Un barrio: Lavapiés. Un cocinero: Massi. Un vermú: Si no hay Martini, cualquier otro, Valdepablo por ejemplo.

sábado, 15 de agosto de 2009

London burning!

Londres. Verano. Calor -de hecho, el día más caluroso del año según la prensa. El lugar antaño más cool del planeta se ha convertido ahora en un gran parque temático lleno de españoles tan pesados como tú.

Después de esperar las colas interminables en el Tesco por un litro de agua, que es en realidad caldo, y de arrastrar tu pie para comprar unas sandalias porque es el segundo par que desgracias, te quedan pocas ganas de ponerte pejiguera a la hora de comer.

Del mismo modo, intentas reprimir ese impulso que te lleva siempre a entrar en cualquier franquicia conocida y engullir el último sándwich que se les haya ocurrido. Brainstorming entre los que saben y al gran Eduardo Suárez -otro leonés de pro- se le ocurre un “aquí te pillo, aquí te mato” muchísimo mejor.

Se llama Busaba y es perfecto si quieres huir de los siempre peligrosos, culinariamente hablando, alrededores de Oxford Street. Se trata de un tailandés limpio, amplio y económico (11-15 libras por barba aprox.). A pesar de ser céntrico, está bastante escondido (Bird Street, 8-13). Lo mejor es que no hay mucha gente, comes a tus anchas, incluso un día de julio. Los calamares (Thai calamari), el pollo al ajillo envuelto de crujientes hojas de bambú (Pandan chicken) y el arroz de coco (Coconut rice) están buenísimos. Todo de picoteo corrientillo y bajo recomendación para no pillarse los dedos ni salir con la lengua escaldada por una arriesgada y picante elección.

Pero una, que es curiosa y algo caprichosa, se escapa al día siguiente para probar un plato que se le ha quedado rondando en la cabeza: Pad kwetio, sabroso y abundante, sí, aunque esta vez, una diet coke no es suficiente: salida por patas con la lengua más que colorá a por esa agua-caldo del Tesco.


'London Calling' ('and burning', añado) - The Clash

jueves, 13 de agosto de 2009

Líquido I

Escena sencilla: salón de un piso compartido de Madrid, luz baja de una lámpara Ikea (más bien fea), una quincena de personas (guapas, claro…), dos sofás, una mesa. Ligera niebla, modelo 'reunión sindical'. Música yankee.

Sobre la mesa: patatas fritas, jamón, queso y canapés. Para beber, lo típico: vino, cerveza, ron, whisky, ginebra…Lo típico hasta que llegan los italiani con una botella de Martini Rosso y una de Campari. “Amigos, os presento al Conte Negroni”. Toooodo un éxito...

La historia del Negroni, el último gran invento del Belpaese (si quitamos el catenaccio…), es muy sencilla. En Florencia, durante el ‘Biennio Rosso’, el Conte Camillo Negroni solía ir al Caffé Casoni y tomar como aperitivo un Americano con ginebra…po’, un Negroni.

Preparación: en un vaso ancho poner hielo y rellenar con vermouth rosso, Campari y ginebra en partes iguales. Indispensable sumergir una lonchita de naranja en el líquido. Es el aperitivo perfecto.

Para tomarlo en Madrid, aconsejo Non solo Caffé (que lo haga el camarero más delgado y con pelo corto, que se lo curra más…). El sitio es perfecto para tomar un buen aperitivo. Aún no he probado la cocina, así que no puedo decir nada…

Dos avisos importantes: provoca adicción y emborracha.

-No conduzca si has bebido; no bebas si conduces…y sobre todo, ¡no bebas mientras conduces!-


Una canción: Furore, Vinicio Capossela ('Camera a Sud', 1994)

jueves, 6 de agosto de 2009

I love spicy León


Todos los años, al llegar a Sabero había que cumplir con algunos ritos. Coger ortigas aguantando la respiración, sacudir las telarañas de las bicis, tirarnos del tobogán de dos lenguas, bañarnos en el río, comprar cebolletas y petazetas en el kiosco de Iris, gominolas y cortezas de trigo en Florencia y el broche final: comprar una bolsa de patatas picantes en el Casino.

Dan mucha sed y están impregnadas de especias. En las bolsas no quieren desvelar el secreto. ¿Qué las añadirán? Puede que las añadan pimentón picante, el dulce pocas veces se encuentra en las despensas leonesas. O puede que las sumerjan en aceite caliente con guindillas y chupen el sabor, la forma en que probablemente se preparan en Casa Blas, una taberna cercana al Hotel San Marcos.

A Blas, un anticuario retirado, un buen día le dió por sacar la sartén y cortar patatas en rodajas muy finas, añadirlas un puntito de sal y otro pellizquito de picante. Esas patatas panaderas con sabor a guindilla son muy populares en la mayoría de bares del Húmedo. Os recomiendo pedir un cucurucho cuando visitéis esta zona de León. Sobre todo si váis en Semana Santa, para neutralizar el alcohol de las limonadas.

El hijo de Blas fue de los primeros en abrir una fábrica de patatas fritas. Por eso tal vez el secreto de las patatas chips leonesas que dejan aliento de dragón es un buen puñado de guindillas escondidas en el interior de las freidoras industriales.

Tras cinco años de ausencia, fue posar los pies en Sabero e ir de inmediato a comprar una bolsa. Fue dificil. Matutano obliga a los bares a vender sólo sus productos. No dejemos que León pierda su picante. I love spicy León.




lunes, 13 de julio de 2009

Weekend: de entrañas y variantes


El Viejo Almacén de Buenos Aires de la calle Villaamil, templo madrileño de la carne a la argentina -cortes, materia prima 'par avion', tango, matesito, alfajores, dulce de leche, fetiches de Gardel y Maradona revistiendo las vetustas paredes de una vieja casa baja en las estribaciones de Tetuán- fue arbitrariamente expropiado y derribado en marzo de 2007. Todavía se puede contemplar el ominoso vacío que dejó aquel sitio tan bonito: a qué, pues, las urgencias por hacerlo desaparecer. Me lo expliquen.


Antes de que el atropello se consumara, los responsables ya abrieron un nuevo Viejo Almacén no muy lejos, al otro lado de Herrera Oria -la Carretera de la Playa de toda la vida-. En un recodito de Ramón Gómez de la Serna se encuentra el local que nació como sucursal. Hasta ayer no lo había visitado, y la verdad es que el temor de toparme con un restaurante sin el sabor del otro quedó rapidamente despejado. Todo está tan bonito como ashá, y por supuesto tan rico. Entre cuatro nos despachamos medio kilo de lomo alto y una entraña, ni mucho ni poco (arriba, los restos: sólo dejé la piel de la entraña).

Normalmente nos mola que nos pregunten cómo queremos la carne; aquí sólo lo hacen retóricamente, porque saben perfectamente cómo tienen que dejarla. Y le parecerá perfecta tanto al amante de la sangre como al asquerosito de las cosas crudas. Con grisines (y el mismo surtido en plato de madera que ponían en Villaamil: aceitunitas, pepinillos, cebollitas, pate, roquefort, etc.), las correspondientes cervecitas, una ensaladita de tomate y mozzarella de búfala, vino (el patagón, durito pero agradable, Postales del fin del Mundo, Cabernet y Malbec de 2008), los postres (alfajor y panqueque de manzana) y los cafetines, salimos a 26 euros por cabeza.


El sábado caí accidentalmente en La Vaguada y me entregué un poco al fragor de unas rebajas que creía que este año me resultarían ajenas porque nada me cabe en el armario. Algo me compré, y de paso me topé con La Rapa, una tienda de variantes fabulosas que al parecer es franquicia. Me conformé con unas berenjenitas y unas muy ricas aceitunas aliñadas a la antigua, pero los pepinillos-túmulo rellenos de todo tipo de cosas prometen, y demuestran que estas viejas cosas siguen entusiasmando a una mayoría.

lunes, 6 de julio de 2009

¡Caravia!


Lo he dicho, lo digo y lo diré: a mi juicio se trata de uno de los mejores sitios para comer del Oriente de Asturias. Y no es ditirambo, de veras. Porque el placer que proporcionan sus fabes con andaricas, su rape a la plancha y su pudin de castañas rivaliza con las más exquisitas sensaciones de un templo de la gastronomía al uso por su inmejorable relación calidad/precio.

Restaurante Caravia, a secas. Como el concejo donde se encuentra. En los bajos de un hotel de carretera. Digamos, pues, que de primeras no es el típico sitio que te entra por los ojos -en tierra donde además cada vez se curran más lo de la escenografía-, aunque una vez cruzamos la puerta el comedor resulta perfectamente agradable. Siéntense, cojan la carta, y cuando vean fabes -con andaricas, es decir, nécoras; o con bogavante; o con jabalí cuando es temporada, porque los de la casa son cazadores habituales en el inmediato Sueve- pídanlas. Con una ración tendrán para dos o incluso para tres. En la imagen superior pueden ver lo que les aguarda, con mi señora madre peleándose con su nécora.

Verán pixín (rape en cristiano) a la plancha. Lo piden. Porque yo no lo he probado igual en ningún lado. Y porque si de apetito andan moderados y antes han dado cuenta de las correspondientes fabes, también comerán dos.


Y verán pudin de castañas, y también tendrán que pedirlo porque será de las cosas más ricas y delicadas que en materia de postres hayan tomado nunca. Leve decepción el otro día, al que corresponde la foto (en la que equivocadamente puede pasar por un flan casero sin mayor trascendencia): han sustituido el helado que lo complementaba por unos moñitos de nata que desmerecen por completo. Se lo advertimos a la camarera y esperemos que tomen nota. Ofrecemos una alternativa: el biscuit de higos también está tremendo.

No hablaré aquí del muy digno menú de batalla de entre 10 y 12 euros que ofrecen todos los días de la semana. Cuando vas a Llanes y apenas hay un par de sitios donde comer porque el resto han adoptado un paradigma levantino de mezquindad y trapisonda impropio de una tierra de muy buen comer; cuando los buenos sitios se suben desmesuradamente a la parra con los precios (véase el cercano Foyu, en Colunga, o La Parrera, en Niembro), Caravia se mantiene y nos mantiene embelesados año tras año.

miércoles, 17 de junio de 2009

La ventricina

Ya es hora de hablar de la ventricina. Martínez me ha lanzado la pelota (“mi devoción por la ventricina no tiene medida”, dice), pero las últimas noticias que llegan desde Italia son una pase de la muerte: mejor embutido italiano de 2009…Signori, provare per credere!!

Estamos hablando de un embutido popular y tradicional, redescubierto hace poco gracias a la santa moda de 'volver al campo' (la única que parece poner de acuerdo progres y pijos, by the way...). Así se creó L'Accademia della Ventricina, se pidieron sellos, reglas y reconocimientos y la ventricina volvió a estar en nuestras mesas.

En Italia, como en España, la maialatura (matanza del cerdo) es una antigua tradición familiar y ni siquiera las normas higienistas de la UE han podido pararla (los cuellos blancos de Bruselas se aburren mucho…). La ventricina es un producto más de la maialatura, tradicional del alto-vastese, la zona interior de Vasto (sur de Abruzzo). Más o menos aquí:

Lo primero que hay que aclarar sobre la ventricina es que no es un embutido de segunda categoría: se produce con las partes mejores del cerdo. La composición es de 70% de carnes magras (al menos un 80% de jamón y lomo) y 30% de panceta y jamón graso (aquí tenéis la descripción de la preparación y otros datos técnicos).

Tiene un sabor muy característico, óptimo, pero uno de estos sabores a los que hay que acostumbrarse: el hinojo y el pimentón (dulce y picante) son las especias que le dan sabor y color.

La original, la única que como vastese doc puedo aceptar, se come en trozos, no en lonchas: en la preparación, la carne se corta en trozos de 2cm mínimos, así que es imposibles comerla en rodajas sin que se rompan.

Para entender bien de que hablo, hay que probarla, claro está. Pero si sigue ganando concurso, dentro de unos meses la podremos encontrar en los restaurantes italianos de moda. Con su relativo sobreprecio, of course...

Un film: La guerra degli Anto' (Riccardo Milani, 1999).

viernes, 12 de junio de 2009

Esa trattoria de moda...


Esta semana estuve en el muy cacareado 'Don Giovanni', varias veces laureado por ese 'Metrópoli' que en lo gastronómico regentan con gran criterio dos popes del asunto, Juan Manuel Bellver y Fernando Point. Me gustó el local, en el que conviven elegantemente recursos decorativos diversos, desde las maderas acogedoras y las luces tamizadas de bistró, siempre de agradecer, a las italianísimas sillas de plástico rojo tipo Kartell. El ambiente y el trato, comenzando por el que ofrece Andrea, cocinero y propietario, son excelentes.

En cuanto a la cosa del comer, quiero reservarme el juicio categórico a próximas visitas; me limitaré a comentar por encima algunas de las cosas que tomamos. A un servidor le encantan los quesos y fiambres italianos. Mi devoción por la ventricina no tiene medida. De ahí que el sumarísimo antipasto que nos ofrecieron me decepcionara por surtido y cantidad. Muchísimo más generoso y aprovechable el que puedan servir, por ejemplo, en el mil veces más humilde Pizzaiolo. Pero la presencia de una imponente burrata aderezada con trufa se impuso con su sabor a cualquier otra sensación. Los fundadores de DondeComenDos ya estamos planificando una expedición para jalarnos una de esas milagrosas piezas en las que el frescor consigue sobreponerse a la grasísima esencia del producto.

La pasta es la especialidad de la casa y nada malo se puede decir de ella. Surtido y calidad. Pero uno quizá esperaba algo más especial. El vértice italiano de DondeComenDos tiene dicho que el precio que ciertas trattorias madrileñas exigen por los platos de pasta no está justificado ni siquiera por exotismo. Es un debate interesante que a buen seguro podremos desarrollar en post sucesivos. Yo me dejé asesorar por Fernando Point y pedí triangoli neri rellenos de mero con salsa de naranja/limón y vodka; en efecto estaban muy ricos, pero, hmm, no sé... Un pelín secos, y ese sabor marinero que nos anunciaban un tanto desdibujado.

De postre compartí el recurrente tiramisú y arrugué instintivamente el morro cuando nos aparecieron con un vaso de cristal. ¡Una condenada tarrinita! Esa fórmula que el Vips ha popularizado para sus postres baratos. Y pensé que no es cortés obligar al cliente a rebañar. Para eso me quedo en casa.

domingo, 24 de mayo de 2009

Purificación de los Hare Krishna

Llevo años sabiendo de la existencia del comedor de los Hare Krishna en el barrio de Malasaña. Había oído toda clase de cotilleos: que si durante la comida se sienta un devoto a tu lado y charla contigo acerca de lo que son los Hare Krishna, que si cantan continuamente el mantra Hare hare krishna krishna mientras bailan con sus dhotis de color naranja por todo el local observando todas y cada una de las caras asustadas de los nuevos comensales… Sabía que eran vegetarianos, pero imaginaba una sobriedad absoluta en el modo de cocinar y en la variedad de los productos utilizados. No sabía que no bebían alcohol, pero siempre los había imaginado bebiendo agua y solamente agua. Prejuicios y rumorología no demasiado alejada de la realidad. Quizás sí fuera así en el pasado…

Los devotos de Krishna buscan eliminar los obstáculos que les separan del Supremo y de la energía que emite. Krishna, como “Todo-Atractivo”, o también conocido como Rama “la fuente de placer ilimitado” es el objetivo último de cualquier seguidor suyo. Así, el vegetarianismo es uno de los cuatro principios de purificación, que permitirán liberarse de las distracciones para llegar al supremo y, una vez en armonía con Krishna y sus energías, se podrá volver al estado puro natural de conciencia y la vida podrá entonces llegar a ser sublime.

El sábado pasado, recién llegamos a las 15:30, estaban finalizando la primera de las tres ceremonias públicas diarias donde exponen a devotos y curiosos, la filosofía y espiritualidad de los Hare Krishna. Con flores, incienso y suave música hindú conseguían el efecto de un ambiente pacificado, lleno de calma y de buenas intenciones.

El almuerzo comenzó después, a las 16:00, cuando finalizó la ceremonia. Todos nos hallábamos descalzos y con un sitio reservado para sentarnos en el suelo. Con 5 € nos recibieron en el comedor popular, con un amable saludo Hare Krishna y un montón de alimentos que fueron sirviendo en una bandeja compartimentada. Ensalada de lechuga y maíz, arroz blanco con salsa de tofu, pastel de patatas con queso gratinado por encima y de postre un pastel de nata. Todo muy rico. No tomaban carne, huevo ni pescado, pero sí leche. El pan lo elaboraron ellos y era oscuro, parecía de centeno, y la bebida, en este caso una delicada infusión de romero, inundaba la boca como el aroma del incienso se extendía suavemente por todos los rincones del centro.

Una vez hubimos terminado, salimos de nuevo al hall para ponernos los zapatos. Yo estaba especialmente serena y relajada. Cuando abrí la puerta de salida, sin embargo, con el contacto de la luz intensa del exterior y el aire ruidoso de la calle Espíritu Santo, se me aturullaron los sentidos durante un largo rato. De camino a casa, ya más despierta, no pude evitar pensar en la necesidad de añadir algo de espiritualidad a mi vida y en los Hare Krishna como fuente de respuestas…

jueves, 7 de mayo de 2009

De arroz (III)


Casi todos sabéis que dos de los miembros fundadores de DondeComenDos han estado en Almería este último fin de semana. Corren rumores de razzias indiscriminadas del italiano y de un servidor (sobre todo del italiano, para qué nos vamos a engañar), pero casi todo es mentira. No hubo 'liaison' alguna con unas trillizas. Aunque lo de mi borrachera ambulante por la ciudad quizá sí sea cierto...

Pero de lo que aquí se trata es de hablar de comida, y uno de los momentos culminantes del fin de semana, que yo me encargué de amarrar desde Madrid, fue la comilona en La Gallineta. A todo el que me ha querido escuchar le he dicho que el mejor arroz del último año lo comí el pasado mes de septiembre en este coqueto restaurante del Pozo de los Frailes, sin duda el más bonito y recomendable del Cabo de Gata. Volver a Almería ofrecía la posibilidad de volver a La Gallineta y además de hacer proselitismo. Y lo hicimos, después de darnos el primer baño de mar de 2009 en Los Genoveses.

No es casualidad que sea un alicantino el responsable del caldo y el punto de estos arroces sublimes. Éramos cinco y pedimos tres de dos para probar cuanto más mejor. A banda, meloso con pulpo y cañaíllas (o caracolas; el de la imagen de arriba) y negro con chipirones y algas. Tengo que decir que, contra todo pronóstico, fue el negro el que más me gustó, pero sólo si me obligas a decirte con cuál me quedaría en caso de holocausto nuclear.


Para los golosos adjunto foto de uno de los dos postres que pedimos acometido por dos cucharillas a la vez. Son unas torrijillas muy bien aderezadas, como podéis ver. El otro era una mousse de chocolate que verdaderamente superaba con creces la idea convencional de mousse. Todo muy rico, incluidas las dos botellas del vino blanco de la casa y de la tierra que nos ofrecieron como alternativa al Viña Laujar alpujarreño que íbamos a pedir y que no tenían. Todo (también hubo un par de oportunos entrantes: ensalada de verduras asadas y una especie de carpaccio de cecina) por unos 30 euros por cabeza. De verdad que ir al Cabo y no ir a la Gallineta es tontería. El teléfono: 950 380 501. El restaurante permanece cerrado entre mediados de octubre y marzo.

Le dejo a Massi el cometido de contar todo lo demás de este fin de semana almeriense: tapas, cruces, pescaíto, cherigans... En esa tierra se come demasiado bien.

miércoles, 29 de abril de 2009

Il Vecchio Casale

Ho sempre pensato che gli ibridi nella ristorazione non pagano. Detto così sembra che gli ibridi sono dei simpatici bonaccioni che vanno di ristorante in ristorante a mangiare a sbafo, come si dice dalle parti nostre...con delle grandi macchie di olio sulle canottiere e lo stecchino tra i denti. Per ibrido intendo locali che non hanno un chiaro profilo, quelli che fanno un po' di tutto, insomma. Esempio classico, i pub-pizzeria che infestano la costa. Però lì c'è la necessità di accontentare tutti e di farlo a un prezzo decente o non troppo indecente (in questa materia i vastesi hanno una luuuunga esperienza...).

Qualche settimana fa sono tornato a 'Il Vecchio Casale', elegante ristorante nella zona del vastese. Più esattamente qui:


Ingrandisci

Locale ben decorato, spazioso, con giardino (le statue io le toglierei), ovviamente tutto pulito e ben tenuto...ma, è un ibrido: si muove tra cucina tradizionale e moderna (apro il dibattito: la fusione è impossibile!).

Il risultato è che ti alzi da tavola insoddisfatto. Non sai se hai mangiato bene...Rimani con il dubbio: ho mangiato buoni piatti 'moderni' che non capisco o ho mangiato mediocri piatti di cucina tradizionale? Per spiegarmi, a tutti è capitato di vedere un quadro e chiedersi: sono io che non lo capisco o non significa niente? Sapete, uno di quei quadri che se lo rigiri ti sembra uguale...Ecco, il pranzo dell'altro giorno mi è sembrato uno di questi quadri.

Mi permetto di dare un consiglio (non richiesto) all'organizzazione: se il piatto si serve al tavolo, le presentazione si perde (il modello 'mensa militare' non piace a nessuno) e il piatto enorme in cui mi servono mi dice solo una cosa: stai mangiando poco. Se invece si curasse la presentazione, penserei: "WOW! che bel piatto!".

Non so bene perché, ma siamo disposti a rinunciare alla quantità per mangiare piatti 'moderni'. E la presentazione ha un ruolo chiave nella cucina moderna. Se penso alla cucina tradizionale, penso ad una quantità M o L, no S o XS, e se la presentazione non è curata, non m'importa. Ma se parliamo di cucina moderna, alta o fusion, beh, vorrei che davvero il piatto mi parlasse e non m'importa la quantità purchè si tratti di sapori eccezionali.

Da sottolineare, infine, il servizio: ottimo.

lunes, 20 de abril de 2009

Naranjas, narangees o santras



Lobachevski refutó la geometría euclídea demostrando que "el camino más corto entre dos puntos no es una recta, sino una curva" si se toma como referencia una esfera. Las curvas rompieron mis esquemas en aquella clase de teoría de la argumentación.

Ocho años más tarde en Nueva Delhi volvió a pasarme. Con unas naranjas. Porque la comida puede ejercer ese punto y aparte que arranca ideas preconcebidas. Ocurrió de la manera más inocente, mientras paseaba en el mercado de Greenpark . Llevaba bastante tiempo sin comer fruta. Y un puesto de naranjas me desafió. Allí estaban, pequeñas y redondas para reírse de mis prejuicios.

Pues las santras son tan dulces como las naranjas españolas. Ahora bien, por fuera son verdes. Esa diferencia de color me echó para atrás ipso facto. Pensé, "con este dolor de cabeza, la contaminación y el ruido, el colmo sería comer una naranja ácida". Cuando la calle agota te vuelves un sibarita y sólo quieres ir a lo seguro. Sobre todo con el paladar.

 A mí me encantan las naranjas de mesa. Arrancar los gajos y toda la ceremonia al comerlas. Es una fruta perfectamente envasada en su propia piel. Fácil de comer y aromática. Ni siquiera la piel de naranja debería tener una connotación negativa.

Cuando regresamos a casa mondamos las naranjas, las comimos como si fueran gominolas y su olor se quedó impregnado en nuestras manos. Fue reconfortante disfrutar de ellas igual que en Madrid. Por eso me he propuesto dar a conocer las jugosas narangees indias al público español de este blog.

Tendemos a hacer patria y desconfiar. Sobre todo con lo que consideramos autóctono y exclusivo: naranjas, vino, queso o aceite de oliva. Hay muchos otros países donde también cultivan, producen y disfrutan de lo mismo. Me rindo. Ya no puedo aceptar la máxima culinaria "como las naranjas valencianas, ninguna". Creía ciegamente en ella sin darme cuenta, y en la India he tenido que desecharla.

Película: Orquesta Club Virginia. Escena: pelea con el taxista cuando éste dice que las naranjas egipcias son mejores que las valencianas.





miércoles, 1 de abril de 2009

De arroz (II)


El espíritu indómito de la desaparecida Factoría sigue vivo en quienes formamos parte de ella, y de vez en cuando se manifiesta en ideas-disparate, noches autodestructivas y comidas pantagruélicas. Así, este lunes decidimos que para nosotros no lo sería y fuimos a Valencia a comer arroz. Me quedé dormido, nos nevó a lo bestia al pasar por Cuenca (nieve, sí; grandes copos cuajando sobre el asfalto); ya empezábamos a creernos que era una tontería hacerse 700 kilómetros por un arrocito -que en verdad no era más que el pretexto-, y encima un lunes, que no hay pescado. Pero pronto los malos augurios quedaron desactivados. El tiempo estuvo de perros en Valencia, pero los placeres del paladar compensaron los sinsabores metereológicos.

Primera parada, Casa Montaña. A esta asombrosa bodega centenaria situada en el amenazado Cabanyal le han puesto un reverso moderno en la trastienda, pero por delante mantiene la pátina y sobre todo la calidad del producto. Esas anchoas, pese a venir de Santoña, no las he comido yo en ningún lado. El atún marinado, la brandada de bacalao y unos monumentales michirones completaron la parte sólida del aperitivo. En cuanto al beber, probamos dos vinos alicantinos excelentes, Rojo y Negro y Al Muvedre, que nos hemos propuesto beber también en Madrid.


Ahí estamos, envaraditos, un servidor, Ana y Fernando posando en el buen lugar (foto vía Flickr).

Y vayamos al arroz porque sé que desde que habéis visto el caldero de arriba estáis salivando. Fuimos a La Rosa, quizá el comedor arrocero con más solera de cuantos se alinean ante la Malvarrosa, y que para tomar distancias con la movida playera tiene el buen gusto de cerrar por vacaciones cuando llega lo más crudo del verano.

El lunes apenas la presencia de la Alcaldesa alteró la tranquilidad del restaurante, que estaba a medio gas. Estuvimos no obstante rodeados de un puñado de mesas de oligarcas valencianos despachando corruptelas. Nos dio un poco lo mismo porque estaba el arroz. Yo soy de arroces secos, bien lo sabéis los que me conocéis, pero por no pedir A Banda, que es mi predilecto, o con Ortigas de mar, que es especialidad de la casa pero caldoso, optamos por el Marinero del Cabañal, que aunque meloso guarda la compostura. Creo que en la imagen de arriba se puede apreciar la deliciosa densidad del fumé. Se suele decir que en Valencia D.C. no se hacen buenos arroces. Empiezo a tener cierta experiencia al respecto, y es verdad que algunos sitios con tradición decepcionan. Poco bueno, por ejemplo, puedo decir del A Banda que me comí el verano pasado en El Famós. Pero La Rosa nunca falla. Lo pagas, pero nunca falla.

Después del arroz, somnolientos por la digestión, desafiamos el temporal dando una vuelta por el centro. Antes de partir para Madrid pasamos por el Horno del Tossal, donde en anteriores visitas hemos arrasado, pero antier apenas tenían género... El lunes, definitivamente, es un mal día para ir a Valencia, pero nosotros disfrutamos de lo lindo.