sábado, 31 de octubre de 2009

Fête des Vendanges

'Salut les copains!', demos un respiro a Martínez y a su rastreo neoyorquino y pongamos pies y paladar en suelo francés.

Hablar de comida en París… sólo se me ocurre decir: “¡Vaya papelón!”. ¿Por dónde empezar? El queso, el vino, el pan, la patisserie… Desdramaticemos. Los franceses son los mismos que creen contar con los mejores chefs, aquéllos que aplican su delicatessen al producto extranjero (el queso manchego cuesta 22 euros el kg.) y los que ponen de oferta los tomates ajenos -valencianos para más señas- ignorando que su sabor supera con creces al de los propios. Pero para no caer en abstracciones, ni en debates de mesa y mantel, abrazo la primera que me viene dada.

Ocurre en Montmartre, desde 1933. Cada segundo fin de semana de octubre se celebra la Fête des Vendanges. Le viene al pelo porque antiguamente esta colina, barrio que atrae la atención de los turistas por su fama bohemia y canalla, estaba llena de viñas.

Uvas, vino, Dioniso y... voilà, tenemos la ecuación. Donde ahora se encuentra la basílica del Sacre Coeur decapitaron a San Dionisio y así se explica eso de “Monte del mártir”.

Por estas fechas, los alrededores del distrito 18 en fiestas se llenan de carpas divididas en regiones dispuestas a descentralizar el país por unos días.

El menú, variadísimo, lo marca un recorrido de norte a sur. El mío: De primero, ostras de Bretaña, que saben a mar que da gusto, de segundo, setas sazonadas de la comuna de St. Chamond (cercana a la ciudad de Saint-Étienne) con caracoles salvajes, después un poco de embutido de la montaña -hay para escoger (nature, herbes, fume…)- y de postre nougat de la región de Limousin, que es como nuestro turrón de Alicante pero con sabores diversos (chocolate, café, praliné, canela...).


En conserva me llevé el plato estrella: el pato (o canard), y ya tengo mi aportación de cara a la próxima Nochebuena. Vendido en foie, pâté o caliente a la brasa, la gente lo comía hasta en bocadillo (por 5 euros).

Al otro lado de la feria triunfaba una especialidad similar con toque español -por eso de que el protagonista era el jamón-. La mejor baguette, ésa que está bien metida en harina, el embutido citado y la feliz y francesa idea de llevar una estufa que derritiera el queso. Para ver fuegos artificiales.

martes, 27 de octubre de 2009

Un 'neodiner' en Union Square


Aunque en el 'New York' lo ponen un poco a parir, a mi me ha gustado The Coffee Shop, el 'loungey pseudo-diner' (según definición de la citada review del NYM) de Union Square, donde he dado hoy con mis huesos después de una larga mañana rebuscando en las millas de anaqueles de Strand. En consonancia con sus pretensiones cool, el lugar mola bastante, la selección musical es apreciable, tiene uno de esos fabulosos horarios que se estilan por aquí (digamos que casi no cierra) y cuenta con un numeroso staff de camareras que parecen modelos, no hacen nada y responden con creces al perfil de bellas mujeres de Nueva York que cantaran Carlos Gardel y Woody Allen.

Perdonad el horrible desenfoque de la foto de la ropa vieja (sí, sí, ropa vieja) que pedí. En vivo resultaba mucho más apetitosa. La carne estaba estupenda y acompañada, como veis, de arroz, frijoles y plátano frito. Después me trajeron el mejor café que he tomado desde que estoy en Nueva York.

Volveremos a este neodiner, por céntrico y porque nos ha gustado. Aunque mi favorito sigue siendo el Kellogg's, en Williamsburg. Uno de mis primeros días por aquí me desayuné una riquísima tortilla paisana mientras una ajada camarera parecidísima a la Eileen Brennan de 'The last picture show' cantaba por Marvin Gaye en sus idas y venidas.

A modo de homenaje a las hermosas 'waitresses' del The Coffee Shop, y por qué no, también a la encantadora vieja del Kellogg's, aquí está Gardel despertando en Manhattan y abriendo una ventana al Flatiron, un poco más arriba de Union Square, rodeado de unas cuantas 'rubias de New York':

sábado, 24 de octubre de 2009

El nuevo almacén de Brooklyn


Yo estoy instalado en Manhattan desde hace semanas, pero DondeComenDos sigue de momento en Williamsburg, porque anoche fui a cenar allí a un restaurante llamado 'El Almacén' (aquí la reseña del New York Magazine). Diego y Eduardo son dos argentinos lo suficientemente emprendedores como para montar este bonito garito pidiendo las licencias sobre la marcha -la de despachar alcohol al parecer la han conseguido hace bien poco- y peleándose cotidianamente con las autoridades competentes. Ayer estaba llenito y creo que así está siempre ( la verdad es que el virtuosismo local para optimizar el espacio en los restaurantes contribuye a alimentar esa sensación).

Obviamente nos dimos a la carne, y disfrutamos muchísimo. Tengo entendido que en El Almacén no hacen eso tan vistoso que hacen en muchos sitios en España de importar vía aérea las piezas de Argentina. Es materia prima local. Y quedó demostrado que es una política razonable. Llegaron a la mesa varios churrascos, entrañas y una cosa al parecer deliciosa que yo no probé llamada costilla de res (la carne es guisada durante muchas horas a fuego lento). Las piezas de parrilla vinieron en unos enormes y pesados tocones de árbol con unas patatas excelentes o un puré de tal ligeramente picante. Especulamos con que el picor y el color verdoso se debiera a una aplicación de wasabi (kia!).

Respecto a la entraña, yo cometí un error basado en mi experiencia española con los puntos. Cuando en España digo al punto, casi siempre me traen la carne más cruda de lo que a mí me gusta, así que he desarrollado un automatismo para pedirla bien hecha y que así llegue con un rosor satisfactorio. Ayer, pues, pedí mi entraña 'well done' sin pestañear, y fue un error. Porque cuando terminé y me giré a la derecha para reclamar las sobras de mi compañera de al lado, que también había pedido entraña pero al punto, me di cuenta de que estaba mucho mejor. Me quedé con las ganas de sugerir a los jefes que aunque llegue un tipo pidiendo las cosas demasiado cocinadas, hagan como en El Viejo Almacén e ignoren en lo posible su solicitud.

Un alfajor muy rico y un coulant de chocolate (cómo se ha universalizado el bizcochito fluído) sirvieron para cerrar una cena estupenda. Con tips y tax y demás (pedimos dos botellas de vino, que eramos siete), 40 dólares por cabeza.

jueves, 15 de octubre de 2009

Autumn in Nueva York: un appetizer

Me encanta la publicidad en español que hay por Nueva York. La sintaxis y el vocabulario son deliciosos. He aquí un anuncio institucional que se puede ver en el metro: "Te estás tomando las libras? Las sodas y otras bebidas azucaradas engordan muchísimo. ¡No las tomes! Elige el agua, seltzer o leche baja en grasa". Firmado el Departamento de Salud del amigo Bloomberg.

Este anuncio, significativamente orientado a la población hispana, es una prueba de la preocupación neoyorquina por el keep fit y el buen comer, y demuestra que, también en este aspecto, NY es una isla respecto al resto del país. Este domingo en su Magazine, el 'New York Times' se atrevía a traer de la vieja metrópoli ni más ni menos que a Jamie Oliver para enseñar a comer bien a las 'unhealthiest towns' del país.

Y es que ya lo decía Patrick Bateman, ciudadano ejemplar de esta ciudad en la que me hallo por unos meses: "nunca se está lo suficientemente delgado". Y en esa misma línea, añado que Nueva York es un gran sitio para comer bien. Nadie te obliga a ingerir grasientas hamburguesas ni cestos repletos de pringosas 'fries'. Yo por ejemplo he tardado más de una semana en comerme una Lucky Burger.

De hecho, aparte del inevitable bagel de la mañana inaugural, mi primera comida seria fue en un estupendo e irreprochablemente saludable lugar que me topé por casualidad en mis vagabundeos matinales por Williamsburg. El lugar se llama Egg. Cuando llegué allí un martes sobre las 11 de la mañana y con el estómago extremadamente vacío aquello estaba lleno de modernos y otra gente de buen vivir que se suele ver por este refinado barrio de Brooklyn.


En la imagen, que no hace justicia a las viandas, podéis ver mi desayuno de aquella mañana. Una tortilla de queso de tres huevos -aquí todo a lo grande- en un jugoso punto de cuajo imposible de encontrar más que en casa de la mamá de cada cual. A la izquierda, una especie de ligerísima croqueta de cebolla. A la derecha, tomate en conserva de la casa. Sí, de la casa, porque Egg tiene su propia granja, de cuya actividad da cuenta una bonita carta posada en cada mesa. Y al fondo el café. Bueno, ya sabéis cómo hacen aquí el café. Pese a todo, tueste especial especificado en la carta cuyos detalles por supuesto no recuerdo, molido rústico, presentación individual en cafetera de émbolo y tal. Y esa cosa tan civilizada que aquí hacen en todas partes de ponerte por delante un vaso de agua que te rellenan constantemente.

Pero ya iré contando lo que he comido y como por aquí. Además, he encontrado un market que me satisface bastante -dedicaremos un post a las peculiaridades, con sus pros y sus contras, de hacer la compra en los NY- y que me permite cocinarme lo que me place. Así que no me puedo quejar.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Lucio


Nos cuenta uno de los atentísimos camareros que el secreto de sus archiconocidos huevos estrellados es que todavía se cuajan al calor de una cocina de carbón. Pero yo creo que el asunto viene a ser que, noche tras noche, Lucio se sigue poniendo la chaqueta blanca para recorrer las mesas de su insospechado emporio gastronómico, taberna ilustrada deluxe que teniendo 35 años parece contar al menos el doble. Quién le hubiera dicho a Lucio cuando trabajaba en el vecino Schotis.