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martes, 15 de diciembre de 2009

Un 'take away' italiano en... París

- ¿¿¿Pero a quién se le ocurre pensar que un plato de pasta italiana que vaya dentro de un cartón puede ser disfrutado (como se merece)??? Aprisa, del todo impersonal, sin tiempo para saborearlo… si es que es un insulto a la cultura mediterránea… una contradicción en sí misma.

Pondría el grito en el cielo. ¿Quién? El chef italiano que metiera sus narices en los fogones de Mezzo di Pasta. Muy posiblemente.

Esta franquicia parisina de gran éxito tiene su razón de ser en que los franceses, como la mayoría de los mortales, adoran la comida italiana. Sin embargo, el paisaje culinario de la ciudad lo admite a regañadientes. París disimula su devoción por la pasta "al dente" entreteniendo al viandante con exuberantes escaparates llenos de platos à emporter, que es como le dicen aquí a la comida para llevar.

A esta maniobra escapa Mezzo di Pasta. Y no se trata del típico restaurante italiano donde, aparte de darte un banquete in situ, si quieres, preparan tu pedido para llevar. No, no, no, es que realmente se ajusta al concepto take away puramente americano, con su menú oferta de bebida y postre (6,50 ó 7,50 euros), sin que el estómago se resienta, todo lo contrario, queda deliciosamente agradecido.

Primero decides el tipo de pasta fresca (clásica o rellena) que quieres probar, a continuación la cuecen en sólo 5 minutos delante de ti y finalmente le añaden la especialidad que hayas escogido, salsas que preparan diariamente. Las típicas (pesto, boloñesa o napolitana…) o alguna más original: vodka (tomate, nata, vodka y perejil) o indy (nata, pollo, curry y pimiento). Además, en primavera y verano cuentan con ensaladas de pasta por 5 euros y en invierno y otoño con sopas por 3 euros. Tienen hasta menú infantil: ¡el piccolino!

¿Imita entonces un amor imposible el binomio franquicia-cocina mediterránea? ¿Podríamos nosotros españoles hacer algo semejante y de calidad con nuestra paella (por ejemplo) y además sacarle beneficio? ¿O sería complicado que la mente anglosajona se inmiscuyera de esa manera en nuestra gastronomía?

Es verdad que en ese terreno somos menos prácticos y mucho más acomplejados. A menudo sospechamos de las tapas que sirven los restaurantes españoles en el extranjero, y lo mismo despierta nuestro recelo cualquier negocio familiar que haya crecido un poco, como esa céntrica cadena que hay en Madrid.

Pero bueno, sabemos que labia y ganas de discusión nos sobran -como a los italianos- antes y después de comer. Así que volviendo sobre ese chef imaginario que también se pregunta ¿dónde queda la sobremesa de Mezzo di Pasta? le apuntamos que en el caso de caracteres pasionales y fácilmente alterables como los nuestros tampoco pasa nada por hacer una excepción y dejarla para otro día, por si las moscas...

*Una película: ‘Dramma della gelosia’. El triángulo amoroso compuesto por Marcello Mastroianni, Monica Vitti y Giancarlo Giannini acaban organizando un pitote monumental en el restaurante italiano al que los dos primeros acuden a comer y donde el tercero trabaja.

miércoles, 1 de abril de 2009

De arroz (II)


El espíritu indómito de la desaparecida Factoría sigue vivo en quienes formamos parte de ella, y de vez en cuando se manifiesta en ideas-disparate, noches autodestructivas y comidas pantagruélicas. Así, este lunes decidimos que para nosotros no lo sería y fuimos a Valencia a comer arroz. Me quedé dormido, nos nevó a lo bestia al pasar por Cuenca (nieve, sí; grandes copos cuajando sobre el asfalto); ya empezábamos a creernos que era una tontería hacerse 700 kilómetros por un arrocito -que en verdad no era más que el pretexto-, y encima un lunes, que no hay pescado. Pero pronto los malos augurios quedaron desactivados. El tiempo estuvo de perros en Valencia, pero los placeres del paladar compensaron los sinsabores metereológicos.

Primera parada, Casa Montaña. A esta asombrosa bodega centenaria situada en el amenazado Cabanyal le han puesto un reverso moderno en la trastienda, pero por delante mantiene la pátina y sobre todo la calidad del producto. Esas anchoas, pese a venir de Santoña, no las he comido yo en ningún lado. El atún marinado, la brandada de bacalao y unos monumentales michirones completaron la parte sólida del aperitivo. En cuanto al beber, probamos dos vinos alicantinos excelentes, Rojo y Negro y Al Muvedre, que nos hemos propuesto beber también en Madrid.


Ahí estamos, envaraditos, un servidor, Ana y Fernando posando en el buen lugar (foto vía Flickr).

Y vayamos al arroz porque sé que desde que habéis visto el caldero de arriba estáis salivando. Fuimos a La Rosa, quizá el comedor arrocero con más solera de cuantos se alinean ante la Malvarrosa, y que para tomar distancias con la movida playera tiene el buen gusto de cerrar por vacaciones cuando llega lo más crudo del verano.

El lunes apenas la presencia de la Alcaldesa alteró la tranquilidad del restaurante, que estaba a medio gas. Estuvimos no obstante rodeados de un puñado de mesas de oligarcas valencianos despachando corruptelas. Nos dio un poco lo mismo porque estaba el arroz. Yo soy de arroces secos, bien lo sabéis los que me conocéis, pero por no pedir A Banda, que es mi predilecto, o con Ortigas de mar, que es especialidad de la casa pero caldoso, optamos por el Marinero del Cabañal, que aunque meloso guarda la compostura. Creo que en la imagen de arriba se puede apreciar la deliciosa densidad del fumé. Se suele decir que en Valencia D.C. no se hacen buenos arroces. Empiezo a tener cierta experiencia al respecto, y es verdad que algunos sitios con tradición decepcionan. Poco bueno, por ejemplo, puedo decir del A Banda que me comí el verano pasado en El Famós. Pero La Rosa nunca falla. Lo pagas, pero nunca falla.

Después del arroz, somnolientos por la digestión, desafiamos el temporal dando una vuelta por el centro. Antes de partir para Madrid pasamos por el Horno del Tossal, donde en anteriores visitas hemos arrasado, pero antier apenas tenían género... El lunes, definitivamente, es un mal día para ir a Valencia, pero nosotros disfrutamos de lo lindo.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Kabuki

Casi puedo decir que mis deseos fueron órdenes... Jota Torregrossa nos leyó y tomó la iniciativa de llevarnos (siempre plural mayestático) esta noche a Kabuki. Poco que decir; apenas mostraros esto:


Futomaki de anguila. Esto, y el tartar de 'toro' con angulas y caviar, y el sashimi de toro... Grandiosos.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Bueno, bonito y barato: Naomi


Fruto de la casualidad, y también un poco de nuestra creciente desesperación, Ana, Fernando y yo improvisamos ayer un algo que hacer después del trabajo. La cosa acabó con nuestros huesos en Naomi, decano de la cocina japonesa en Madrid que, tal y como advierten a la puerta, el 7 de septiembre de este año cumplirá 35 años. Lo que iba a ser una simple sopa y a casa terminó con dos botellas de un Cigales muy correcto y dos de sake vacías.

El factor sopa vino con dos de miso para Fer y para mí y una contundente Tanuki Udon para Ana. Udon son unos tremendos fideos, por llamarlos de alguna manera, que flotan en el cuenco como tentáculos de alguno de esos monstruos monumentales a los que los japoneses son tan aficionados. Nos gustaron mucho un par de aperitivitos que pedimos a instancias de la desenvuelta jefa de esta particular casa de comidas de la calle Ávila: el Nasu dengaku, berenjena cocinada con miso y sésamo, y el Maguro natto, atún con soja fermentada ligado con huevo. Después vinieron el sushi y el sashimi variados, de los que básicamente di cuenta yo y que estaban ciertamente ricos. Del sashimi, destacar el pedacito de vieira y el atún.

Mi experiencia en japoneses es reducida; más allá de mis frecuentes paradas en el socorrido Nagoya, y a la espera de que alguien se digne a invitarme al suntuoso y en boca de todos Kabuki, quizá el Robata al que me llevó un día mi buen amigo Jorge Torregrossa fuera hasta ayer mi mejor recuerdo en la materia. El Naomi me pareció un gran sitio, y muy ajustado en el precio para lo que suelen ser los japoneses -no los súbditos de Akihito, sino los restaurantes instalados por acá bajo bandera del sol naciente-. Volveremos, y si puede ser el 7 de septiembre, mejor que mejor.


Ver mapa más grande

Por cierto: hoy hubo calçotada. Mañana o pasado os lo cuento.

jueves, 15 de enero de 2009

El irresistible encanto de lo auténtico...

Para que esto no se convierta definitivamente en el rincón de las promesas incumplidas, aquí va el capítulo de la trattoria (Hostaria!) de 'I nuovi mostri' (en España, inspirándose en Manolo Escobar, se tituló 'Que viva Italia'):



Dejaremos a Massi el comentario de los giros dialectales...

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Sopa nostálgica


Hablaba el otro día de nostalgia; incidiendo, aun subrepticiamente, en su condición de flaqueza. Pero qué coño, es tiempo para regodearse en ella sin que nadie pueda reprochárnoslo. Es Navidad. Todo lo navideño contribuye a crear un estado de ánimo nostálgico. Pensad sin ir más lejos en los acordes de villancicos como 'Blanca Navidad' (aqui sencillito, junto al fuego; aquí barroco): ¡es un vasodilatador de la emoción!

Yo estoy muy nostálgico, y ha contribuido a ello muy especialmente saber hace un par de semanas que la oferta que iba a ligarme indefinidamente a la empresa en la que trabajo desde hace unos años sencillamente se ha volado de la mesa con las brisas de la pre-depresión. Esto me pasa por haber sentimentalizado tontamente mi pertenencia a la casa...

Me estoy enrollando de mala manera para acabar hablando de comida. Hoy he vuelto al Sopa y me ha arrebatado un poco la nostalgia. Antes del cambio de sede (hace ya un año) este local (tienda, taller de orfebrería y comedor vegetariano en uno) estaba al lado del curro y era comodín recurrente para comer a deshoras. En estos últimos meses he parado por allí muy excepcionalmente, pero todavía me saludan afectuosamente. Eso, los buenos recuerdos, y el hecho de que todo haya ido a peor desde que nos mudamos hacen del Sopa una grata falacia de tiempos felices que no lo fueron tanto.

Pero eso es sólo el complemento. El Sopa me gustaba y me gusta porque es el sitio perfecto para comer el día laborable que no toca homenaje. Siempre y cuando no esté petado de modernos y neoyorquinos frustrados, que acuden como moscas a la llamada de su decoración minimal, la susurrante música New Age y el pedigrí macrobiótico del sitio.

En atención a su nombre, sopas y purés son su especialidad (recuerdo el de borsch como uno de mis favoritos; el de verduras está tan bueno como el de mi casa), pero hacen unos potajes de miedo. Hoy mismo me comí uno de garbanzos que me supo a gloria. Cuenco con cuenco, arroz integral para acompañar, sueltecito y con sésamo y pipas de calabaza (os recuerdo, como hace mi madre cada vez que tiene ocasión, que son muy buenas para la próstata) por encima; con un chorrito de salsa de soja está muy rico.

En los segundos platos María, la artífice de la mayoría de las cosas calientes que se comen en el local, tiene el banco de pruebas. Aparte de los siempre muy ricos bocadillos y los falafel, hace experimentos varios con berenjenas, calabacines, pimientos y todos los procesados de la soja que podáis imaginar. Los postres vienen todos de fuera; de los helados, en tiempos nos gustaba mucho el de yogur. La tarta de zanahoria tiene mucho éxito, pese al glaseado tóxico que, desafiando la filosofía del Sopa, la recubre. Tienen pastelitos árabes, y unas galletas de avena de a 30 céntimos la unidad que siempre han servido para redondear el importe del vale de comida y que a media tarde sientan muy bien.

Digamos que el Sopa ofrece una fast food perfecta para los slow eaters como Massi. Aunque comas en 20 minutos, el rato se dilata gracias a la relajada atmósfera del sitio. Está en el número 23 de la calle Nieremberg.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Fat Christmas


Tremendo susto hoy al pesarme y comprobar que continúa la escalada. No es que me preocupe demasiado por el tema, pero ni mi complexión ni mi estatura justifican los 75 kilazos que marcaba la balanza del gimnasio. Quiero pensar que la culpa es de la trepidante sucesión de comidas, cenas y noches de fiesta de la semana pasada. ¿Cómo hemos llegado a esto? Comprar lotería y participar del frenesí gastronómico-festivo son cosas que al parecer escapan a nuestra voluntad en la prenavidad. En fin, basta de lamentos, que no se los cree nadie. Mencionaré brevemente las citas más destacadas.

La semana comenzó el lunes en todos los sentidos. Era la fecha señalada para la cena de Factoría (esto y aquello). Carlos Tartiere (foto superior), el lugar elegido gracias a las gestiones de Cris. Corrieron en abundancia el vino bueno y la sidra (ya no Cortina, como la primera vez que estuvimos), y en cuanto a los platos apenas hubo alguno que lográramos 'limpiar' de verdad. Con buen criterio, Cristina optó por el menú 'tapeo', perfecto para cuando la etiqueta brilla por su ausencia. Me quedo con la empanada de chipirones y la tortilla paisana. Salimos a unos 30 euros por barba, lo cual en estas fechas y con algo parecido a una barra libre de por medio está más que bien. Me podría extender contando lo que pasó después, pero comprenderéis que se bebió más que se comió. Elena tomó la iniciativa de llevarnos a un buen sitio en la calle San Bartolomé, La Fábrica de Pan, al que al menos yo volveré. Estando por esas regiones, inevitablemente terminamos en el Tony2, que definitivamente está demasiado de moda.

El miércoles nos andamos los abajofirmantes de este blog por un gallego que me hace bastante gracia, O Barquiño, en las estribaciones de Lavapies. La verdad es que me gusta casi todo lo que allí he probado. La empanada de zamburiñas es una exquisitez. Los mejillones a la marineira están pero que muy bien. Y el pulpo, muy tierno (no como el del Tartiere, todo hay que decirlo...), y con true cachelos. Como andaba con gente de orden, la noche acabó ahí.

Pero quedaba la thursday night con el 'Rat Pack', y fue una verdadera noche 'Rat Pack', como siempre con lo mejor y lo peor. Lo peor fue ese fracaso entrada la madrugada de Calero y yo cantando con gafas oscuras en el karaoke de Félix Boix 'Silencio' de Bisbal. No supimos administrar el éxito cosechado hasta entonces con interpretaciones de temazos como 'Mi gran noche'.

Pero a lo que vamos, que además fue lo mejor. ¿Por qué estábamos en el dichoso karaoke? Porque está casi enfrente de De María:


Sitio que todo hijo de vecino asociará con futbolistas y con la Obregón, pero que es mucho más. No salimos de la parrilla más que para los postres, ni falta que hizo. No me perderé en detalles. Grande carne, punto y corte inmejorables. Y las famosas patatas hinchadas que Miguel dijo saber hacer... Ejem. El chaval al menos demostró conocimiento al elegir el vino, ese El Vínculo con que Alejandro Fernández ha dado el salto del Duero a La Mancha.
La cuenta, hinchada como las patatas, quedó rebajadita gracias a la amistad de Calero con el maître, compañero de patadas en una liguilla que tienen montada en torno a Marca. El poder del deporte rey, chavales... aun amateur.

El viernes hubo dieta (casi) blanda y emociones fuertes, aunque todavía quedaron ganas para guarrear algo durante el fin de semana y terminar de redondear la cifra de mi sobrepeso, que afronta sin embargo con optimismo la semana de Nochebuena.

Por cierto, voy a proponer a mis cuates de blog una narración paneuropea de nuestras respectivas cenas de Navidad. Massi está en Vasto, Raquel en Oporto y yo en Madrid. Creo que resultará lo suficientemente internacional, ¿no? Ya que Andrea pasa de participar, y Aurora no se reporta con su post sudafricano...

Salud, triperos, y buenas fiestas.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Quiero un filete



Tras cruzar un sinfín de calles sin asfalto, con un taxista que solo habla hindi, cuyo nombre trato de memorizar, no sé para qué, llego a Lodi, un restaurante en medio de un jardín. Un oasis. Llegas con los ojos hinchados de la polución y entras en otro mundo. Atrás queda el estrés de fijarte en la ciudad para memorizar el camino y no ver más que una cortina de polvo.

La niebla sucia desaparece y accedes por un caminito de piedra a una especie de microcosmos de flores, charcas, palmeras, nenúfares, farolillos y velas. Una camarera te intercepta y te conduce al restaurante. Una pena. Hoy las mesas al aire libre están ocupadas por una fiesta privada.

Completamente feliz de haber salido por primera vez de casa solita, como una niña mayor, con mis primeras rupias quemándome en el bolsillo, el Lodi promete. Voy a conocer a una chica española que trabaja en la embajada. Y a su madre, su tía, y otras cuatro compañeras. Como el ambiente es internacional se me hace la boca agua pensando que a lo mejor puedo comer un buen filete, ¿quizás de ternera?.

Quiero carne tras tres días de arroz basmati y comida vegetariana. Encuentro nuestra mesa de carambola. Mientras me preguntan todo sobre mi vida y me doy cuenta de que soy una periodista de mierda a la que sacan toda la información sin que me de tiempo a devolver la batería de preguntas, mi apetito por un buen bistec aumenta.

Ojalá llegue el día en que me convierta en una Nadal de la conversación. En ser la primera en golpear. En hacer preguntas. Hasta que llegue ese momento me concentro en el menú. La comida ahuyenta esas paranoias de mi cabeza. En Lodi cocinan fusión. Tienen paella que sabe a risotto, paté francés que parece un postre, y pollo tandori hindú semejante al pollo guisado con tomate de toda la vida.

Pido baby lamb imaginando que será la carne más suave. Me imagino una patita dorada al horno, pero a la mesa llega un estofado. No quería salsas. Quería comer carne con un puntito de sal y olvídate de especias. Dentro flotan cebolletas tan duras como piedras.

Al llegar a ese segundo, después de haber comido compulsivamente media cesta de pan con mousse de paté me doy cuenta de que la elección del chesee Steak hubiera sido más acertada. Pensé que un filete cubierto de queso gratinado me llenaría mucho. No, mejor carne sin adornos. Y acabo con una sopa de cordero. Sin embargo a esa altura me daba todo igual.

Notaba calor. Un poco de fiebre después de masticar tanta polución. Así que regresé a casa después de conocer al embajador de España, Ion de la Riba vino a a saludar a sus empleadas. Es muy majo y accesible y viste como un indio.

Tikaram estaba esperando para llevarme de vuelta a casa. Tres horas de taxi me costó 15 euros. Debí pagar 11, pero se hizo el loco, que si no tiene cambio... La próxima vez pido pasta italiana. Seguro que no pueden hacerla mal (ahora sé porqué triunfa la cocina transalpina) y pido el cambio. La India es un buen sitio para aprender a que no te tomen el pelo y no dejar pasar la oportunidad de comer un buen filete. La próxima atacaré como una fiera.