jueves, 26 de noviembre de 2009

¡Paga él!


Como no podía ser de otra manera, he aprovechado la visita de mi tío, que ha vuelto hoy a Madrid después de una semana por aquí, para llenar el buche a su cuenta en sitios buenos, la mayoría de los cuales I couldn't afford it.

Recién aterrizado nos vimos las caras en P.J. Clarke´s, una predilección suya que se remonta a sus primeras correrías en la ciudad. Este histórico comedor ha visto pasar por sus manteles de cuadros a todas las celebridades que os podáis imaginar. De su época dorada queda rastro cinematográfico en 'Días sin huella', 'Mad Men' o 'Infamous' (Harper Lee y Capote comparten dos o tres cenas allí). Su viejo prestigio se ha diluido con los años y las franquicias (pocas) abiertas en en el World Financial Center y frente al Lincoln Center. Hace tiempo que perdió el entorchado (siempre discutible) de mejor hamburguesa de la ciudad y que hoy se disputan Minetta Tavern (la más cara, 26 dólares), Corner Bistro, Burger Joint del Le Parker Meridien, Shake Shack o The Spotted Pig. Pero sigue siendo P. J. Clarke's. Nos encanta, y además tiene precios populares. Este sí nos lo podemos permitir.

No como la cenita que nos marcamos en The Oak Room, el mítico bar del Plaza que en su nueva etapa tras la reapertura del hotel ha recuperado el salón del desaparecido Oyster Room para convertirlo en su restaurante. Y hay que decir que mucho ruido y nueces ricas pero justitas. En cuanto al ruido del Oak Room hay que aclarar que nos encanta: desde su irredentismo decorativo -el viejo y lujoso eclecticismo de aquellos decimonónicos ricos de nuevo mundo- a los usos y maneras del personal -no os perdáis a Britney, quizá la mujer más bella de cuantas pastorean comensales en Nueva York-. Y a ver, las nueces son excelentes, pero me da la sensación de que sitios como el Oak Room, no sé si por su condición de 'landmarks', tienden a la comodidad en cuanto a su oferta gastronómica. Cojonudos el foie y las vieiras que tomé, pero tampoco como para volverse loco.

Mucho más satisfactorio me pareció el Aldea del meio portugués George Mendes, un restaurante del que últimamente se habla bastante en Nueva York. Su genealogía ibérica, desde el jamón serrano al bacalao, ya se advierte en la carta. Nos han dicho que el pato les sale de maravilla, pero a mí me apetecía pescado, y pedí un monkfish (rape, para entendernos) con salsa de puerros e hinojo (qué bien le va el hinojo a los peces) que estaba riquísimo, como el arroz negro que lo acompañaba (pese al queso de la emulsión; parece que en esta ciudad arroz y risotto son sinónimos). Muy recomendable, y no demasiado caro.



Precisamente en la cocina abierta del Barbuto estaban cortando unos fresquísimos rapes para la cena el día que paramos allí a comer. Ambas cosas (la cocina a la vista y el buen pescado) prometían mucho, pero la cosa terminó en semidecepción. Hace unas semanas, durante uno de mis paseos por la zona, había reparado en este bonito restaurante por su original ubicación en lo que parece que fue un garaje, del que todavía conserva la gran puerta acristalada que abren con el buen tiempo. El sitio es chulo, en efecto, pero la comida es irregular. Empecé con una gran sopa de lentejas, pero el risotto de aficionados que después de una larguísima espera me pusieron delante (arroz largo, punto infecto) lo echó todo por tierra. Imperdonable en un sitio que se supone italiano. Me pareció además bastante pasado de precio, cosa supongo del barrio en el que está.

David Burke pasa por ser uno de los cocineros norteamericanos más reputados. En la línea de otros colegas de fama mundial, ha encontrado en la fundación de una sucursal accesible de su emporio gastronómico un modo de dar salida a sus 'invenciones' y explotar masivamente la marca creada. En ese plan, ha instalado en joint venture con Bloomingdale's un restaurante en los bajos del famoso almacén neoyorquino que pese a su apariencia pret a porter está bien, aunque un poco caro para lo que es. Mi tío ha estado estos días viviendo justo enfrente, así que se ha dejado caer por allí varias veces. Ayer le acompañé. Comí salmón a la parrilla, de nuevo con risotto, todo muy bueno de punto y sabor (bueno, excepto unos espárragos como plastificados que acompañaban la jugada).

Y hoy nos hemos despedido a una de las mesas de otro viejo comedor de referencia en la Tercera Avenida, Smith & Wollensky. La marca se ha expandido hasta contar con 16 restaurantes en todo el país, pero el local original mantiene la calidad y el ambiente de una steakhouse única y de primera. Suyo es el pedazo de carne que podéis ver al comienzo de este post (al fondo se intuyen las deliciosas patatas que en plan fritada, con un punto de cebolla y pimiento verde, ofrecen como 'side'). Creo que sobran las palabras.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Zabar's


Calle 80 con Broadway: Zabar's. Llamarlo supermercado sería inelegante e inexacto. Es un lugar sublime para hacer la compra. ¿Y qué necesidad tenemos de hacer la compra en un sitio 'sublime', pelma?, os preguntaréis no sin cierta irritación los que en el Lidl encontráis todo lo que precisáis. Pues muy sencillo, os diré yo: sobre la compra se construye nuestra vida cotidiana, y estoy convencido de que si en hacerla bien encontramos un placer, sencillo pero esencial, las cosas nos irán mejor y seremos más felices.

La cuestión es que en el mundo acelerado y retractilado en el que nos desenvolvemos, encontrar tiempo y lugar para hacer bien la compra puede resultar complicado. Las galerías comerciales languidecen o desaparecen. Los viejos mercados que sobreviven a la expansión de las grandes cadenas de alimentación lo hacen como exóticos recintos consagrados a la delicatessen para el turista y el decadente.

Los neoyorquinos son de los ciudadanos más acelerados del planeta, pero procuran hacer la compra en sitios bonitos, sosegados y sobre todo muy bien surtidos. Supongo que forma parte del simpático esnobismo colectivo que cultivan. Dejo al margen los deli de cada esquina, con sus deslumbrantes escalas cromáticas de frutas y hortalizas de todas las procedencias alineadas a pie de calle por inmigrantes ilegales que trabajan de sol a sol para mantenerlos abiertos las 24 horas del día. Pienso más en establecimientos como los ubicuos Whole Foods, que viene a ser la franquicia del market excelente y orgánico. El mío, el de al lado de casa, es el Central Market, en la calle 110 entre la Octava y Manhattan Avenue, y está bastante bien.

Pero lo que me gustaría de verdad sería tener más cerca Zabar's. Esta es su historia y su filosofía, para que os hagáis una idea del lugar. Hasta la prosa sencilla y precisa de la presentación es elocuente respecto a su excelencia.

Entras, y lo primero que te encuentras a la izquierda es su fabuloso rincón del encurtido y la aceituna, que no es sino apéndice y prólogo de la fastuosa sección de quesos que ves de frente y que ocupa prácticamente un quinto del local. Obviamente tienen de todo y de todas partes; hasta bolsitas con cortezas de parmesano a centavos la libra, que supongo tendrán alguna secreta utilidad. Recórrelo en zig-zag y contemplarás embobado la feliz actividad de la carnicería, la sección de platos preparados o la panadería y la variada abundancia del mostrador de ahumados o el rincón del café.

Una de las grandes cosas de Zabar's es que se ha mantenido acotado; no ha crecido hasta alcanzar dimensiones que harían peligrar su excelencia. Tiene una variadísima oferta de productos muy concretos. Pero lo mejor de todo es que no es especialmente caro. Y uno, acostumbrado a los provincianos 'aristocratismos' de Mallorca o Sánchez Romero, marcas madrileñas que podrían recordar muy pálidamente la oferta de Zabar's, alucina.
(Como la señora de la imagen, sacada de la web de Sánchez Romero, que parece mirar su ticket y decir, al borde de la catatonia: "no puede ser")

martes, 10 de noviembre de 2009

Un asiático (y un italiano) en Valdemoro

Explicar como y cuando mi suerte me ha llevado a Valdemoro es un poco largo y poco interesante. Pero el día que pasé allí fue bastante divertido...Sé que había prometido ir a un sitio nuevo de Madrid, con gente guapa...tarde o temprano la gente guapa irá donde voy yo (única posibilidad para que escriba algo acerca de la comida y de la gente guapa).

Ah, Valdemoro, claro...Bueno, el caso es que yo estaba allí con unos amigos y era hora de comer. Yo tiro siempre hacia el monte, es decir, hacia un restaurante español de barrio, pero quien come comida española todos los días, luego quiere ir a un asiático. Normal.

...y allí estaba yo, riéndome en buena compañía en un restaurante asiático en Valdemoro. El sitio en cuestión se llama 'Bamboo' y me ha sorprendido. Mucha elección, platos de varios países, con un óptimo servicio y la comida muy muy rica.

Así que, si algún día la suerte os lleva a Valdemoro, es hora de comer y queréis asiático, ya sabéis: 'Bamboo'.


En fin, os puedo asegurar que si se dan las justas circunstancias, un día en Valdemoro es una experiencia única.

Una canción: 'Freak', Samuele Bersani.


lunes, 9 de noviembre de 2009

La redención del perrito


Embriagado por los atractivos de la gran ciudad, me faltan tiempo y ganas siquiera para pasar a limpio las numerosas notas mentales de mi experiencia neoyorquina. Quizá por ser domingo he tenido un repente de decencia y he pensado que en lo que respecta a DondeComenDos ya era hora de reportarse, aunque fuera sumariamente.

Y he pensado (otra vez) que mi primer perrito neoyorquino podría ser un buen asunto. Sí, sí, como lo oyen. Llevo aquí ya un mes y hasta ayer no me había metido para el cuerpo un ejemplar del que pasa por ser uno de los prototípicos bocados de esquina de esta ciudad que, además de nunca dormir, nunca deja de engullir.

Pero mi perrito inaugural no ha sido precisamente un chucho. Ayer deambulaba por Park Slope rumbo al Salón del Cómic de Brooklyn cuando en la calle Bergen, formando parte de un primoroso alineamiento de bonitos comercios en un edificio recién restaurado, encontré primero la Bergen Street Comics, un lugar maravilloso donde pasé un largo rato hojeando joyitas, y después, ya con el apetito azuzado, y casi pared con pared, un local que emitía apetitosas fragancias llamado Bark.

Reproduzco la declaración de intenciones que los patrones de este particular comedor han hecho imprimir en sus menús: "Nuestra misión en Bark es ofrecer a nuestros clientes una experiencia increible. Simplemente nos encantan los perritos, y esta devoción alimenta nuestro deseo de ofrecer una comida y un servicio excelentes. En Bark llevamos a cabo una interpretación artesanal del fast food. El fast food ya no tiene por qué ser barato, producido masivamente, alterado química y genéticamente y despersonalizado. Siempre que es posible, compramos nuestros productos, carne, leche y cerveza a proovedores locales, orgánicos y sostenibles".

Puede sonar a coartada, pero un pequeño local como Bark no tiene necesidad de adoptar eslóganes falaces a lo McDonalds. Además, si un tipo refinado como yo decidió entrar allí será por algo, ¿no? Bueno, pues en efecto. Aparte del excelente interiorismo -en esta ciudad saben montar los sitios; nada de abrumadoras luces cenitales, por ejemplo-, en Bark hacen las cosas muy bien, y si presumen de haber redimido al hot dog de una vida barriobajera es porque pueden. Yo opté por una de las versiones más sencillas de cuantas allí ofrecen, el NYC Classic, con cebolla roja, mostaza y una especie de confitura de tomate. Lo veis ahí arriba. Pero es que estaba realmente bueno. Como las fries salpimentadas, caseras desde el corte y con su poquito de piel, eso que aquí tanto gusta. Y la Sixpoint Bengali Tiger, cerveza del país que pega fuerte pero no tiene el espesor empalagoso de otras americanas.

El Bark está justo a la salida del metro de Bergen St., así que no resultará difícil volver para probar su egg sandwich, clasificado hace un par de semanas por el 'New York' como uno de los nueve mejores de la ciudad.

(foto Flick barvaron)