viernes, 12 de junio de 2009

Esa trattoria de moda...


Esta semana estuve en el muy cacareado 'Don Giovanni', varias veces laureado por ese 'Metrópoli' que en lo gastronómico regentan con gran criterio dos popes del asunto, Juan Manuel Bellver y Fernando Point. Me gustó el local, en el que conviven elegantemente recursos decorativos diversos, desde las maderas acogedoras y las luces tamizadas de bistró, siempre de agradecer, a las italianísimas sillas de plástico rojo tipo Kartell. El ambiente y el trato, comenzando por el que ofrece Andrea, cocinero y propietario, son excelentes.

En cuanto a la cosa del comer, quiero reservarme el juicio categórico a próximas visitas; me limitaré a comentar por encima algunas de las cosas que tomamos. A un servidor le encantan los quesos y fiambres italianos. Mi devoción por la ventricina no tiene medida. De ahí que el sumarísimo antipasto que nos ofrecieron me decepcionara por surtido y cantidad. Muchísimo más generoso y aprovechable el que puedan servir, por ejemplo, en el mil veces más humilde Pizzaiolo. Pero la presencia de una imponente burrata aderezada con trufa se impuso con su sabor a cualquier otra sensación. Los fundadores de DondeComenDos ya estamos planificando una expedición para jalarnos una de esas milagrosas piezas en las que el frescor consigue sobreponerse a la grasísima esencia del producto.

La pasta es la especialidad de la casa y nada malo se puede decir de ella. Surtido y calidad. Pero uno quizá esperaba algo más especial. El vértice italiano de DondeComenDos tiene dicho que el precio que ciertas trattorias madrileñas exigen por los platos de pasta no está justificado ni siquiera por exotismo. Es un debate interesante que a buen seguro podremos desarrollar en post sucesivos. Yo me dejé asesorar por Fernando Point y pedí triangoli neri rellenos de mero con salsa de naranja/limón y vodka; en efecto estaban muy ricos, pero, hmm, no sé... Un pelín secos, y ese sabor marinero que nos anunciaban un tanto desdibujado.

De postre compartí el recurrente tiramisú y arrugué instintivamente el morro cuando nos aparecieron con un vaso de cristal. ¡Una condenada tarrinita! Esa fórmula que el Vips ha popularizado para sus postres baratos. Y pensé que no es cortés obligar al cliente a rebañar. Para eso me quedo en casa.

2 comentarios:

Ni dijo...

El tiramisú se sirve, en muchos sitios, en vasos tipo chato para que se vean las capas...lo que pasa, es que en el pais menos repostero de Europa...si, el nuestro, no creemos en eso de que el postre es una pizquita de dulzor para cerrar...en fin. Me gusta mucho el artículo. Considero, radicalmente, que los platos italianos clásicos no pueden ser caros. Eso es como la hamburguesas de a 40$ del Meat Packing district en NY.... snobismo, porque las vacas vienen de una granja Conetticut y no de pujar en Wall Street!

Massi dijo...

Totalmente de acuerdo...Incluso diría que los precios demasiado altos traicionan la filosofía de la cocina italiana, pero no quiero parecer pedante...

Sobre el Tiramisú: cuando está bien hecho, las capas se ven perfectamente en un plato. Los vasitos estos, según yo, son para quien no sabe hacerlo. Demasiado mojado, la crema demasiado liquida, una base 'falsa'...todo esto se disimula en un vaso, en un plato te das cuenta en seguida...

Ciao!