miércoles, 1 de abril de 2009

De arroz (II)


El espíritu indómito de la desaparecida Factoría sigue vivo en quienes formamos parte de ella, y de vez en cuando se manifiesta en ideas-disparate, noches autodestructivas y comidas pantagruélicas. Así, este lunes decidimos que para nosotros no lo sería y fuimos a Valencia a comer arroz. Me quedé dormido, nos nevó a lo bestia al pasar por Cuenca (nieve, sí; grandes copos cuajando sobre el asfalto); ya empezábamos a creernos que era una tontería hacerse 700 kilómetros por un arrocito -que en verdad no era más que el pretexto-, y encima un lunes, que no hay pescado. Pero pronto los malos augurios quedaron desactivados. El tiempo estuvo de perros en Valencia, pero los placeres del paladar compensaron los sinsabores metereológicos.

Primera parada, Casa Montaña. A esta asombrosa bodega centenaria situada en el amenazado Cabanyal le han puesto un reverso moderno en la trastienda, pero por delante mantiene la pátina y sobre todo la calidad del producto. Esas anchoas, pese a venir de Santoña, no las he comido yo en ningún lado. El atún marinado, la brandada de bacalao y unos monumentales michirones completaron la parte sólida del aperitivo. En cuanto al beber, probamos dos vinos alicantinos excelentes, Rojo y Negro y Al Muvedre, que nos hemos propuesto beber también en Madrid.


Ahí estamos, envaraditos, un servidor, Ana y Fernando posando en el buen lugar (foto vía Flickr).

Y vayamos al arroz porque sé que desde que habéis visto el caldero de arriba estáis salivando. Fuimos a La Rosa, quizá el comedor arrocero con más solera de cuantos se alinean ante la Malvarrosa, y que para tomar distancias con la movida playera tiene el buen gusto de cerrar por vacaciones cuando llega lo más crudo del verano.

El lunes apenas la presencia de la Alcaldesa alteró la tranquilidad del restaurante, que estaba a medio gas. Estuvimos no obstante rodeados de un puñado de mesas de oligarcas valencianos despachando corruptelas. Nos dio un poco lo mismo porque estaba el arroz. Yo soy de arroces secos, bien lo sabéis los que me conocéis, pero por no pedir A Banda, que es mi predilecto, o con Ortigas de mar, que es especialidad de la casa pero caldoso, optamos por el Marinero del Cabañal, que aunque meloso guarda la compostura. Creo que en la imagen de arriba se puede apreciar la deliciosa densidad del fumé. Se suele decir que en Valencia D.C. no se hacen buenos arroces. Empiezo a tener cierta experiencia al respecto, y es verdad que algunos sitios con tradición decepcionan. Poco bueno, por ejemplo, puedo decir del A Banda que me comí el verano pasado en El Famós. Pero La Rosa nunca falla. Lo pagas, pero nunca falla.

Después del arroz, somnolientos por la digestión, desafiamos el temporal dando una vuelta por el centro. Antes de partir para Madrid pasamos por el Horno del Tossal, donde en anteriores visitas hemos arrasado, pero antier apenas tenían género... El lunes, definitivamente, es un mal día para ir a Valencia, pero nosotros disfrutamos de lo lindo.

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