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lunes, 20 de abril de 2009
Naranjas, narangees o santras
Lobachevski refutó la geometría euclídea demostrando que "el camino más corto entre dos puntos no es una recta, sino una curva" si se toma como referencia una esfera. Las curvas rompieron mis esquemas en aquella clase de teoría de la argumentación.
Ocho años más tarde en Nueva Delhi volvió a pasarme. Con unas naranjas. Porque la comida puede ejercer ese punto y aparte que arranca ideas preconcebidas. Ocurrió de la manera más inocente, mientras paseaba en el mercado de Greenpark . Llevaba bastante tiempo sin comer fruta. Y un puesto de naranjas me desafió. Allí estaban, pequeñas y redondas para reírse de mis prejuicios.
Pues las santras son tan dulces como las naranjas españolas. Ahora bien, por fuera son verdes. Esa diferencia de color me echó para atrás ipso facto. Pensé, "con este dolor de cabeza, la contaminación y el ruido, el colmo sería comer una naranja ácida". Cuando la calle agota te vuelves un sibarita y sólo quieres ir a lo seguro. Sobre todo con el paladar.
A mí me encantan las naranjas de mesa. Arrancar los gajos y toda la ceremonia al comerlas. Es una fruta perfectamente envasada en su propia piel. Fácil de comer y aromática. Ni siquiera la piel de naranja debería tener una connotación negativa.
Cuando regresamos a casa mondamos las naranjas, las comimos como si fueran gominolas y su olor se quedó impregnado en nuestras manos. Fue reconfortante disfrutar de ellas igual que en Madrid. Por eso me he propuesto dar a conocer las jugosas narangees indias al público español de este blog.
Tendemos a hacer patria y desconfiar. Sobre todo con lo que consideramos autóctono y exclusivo: naranjas, vino, queso o aceite de oliva. Hay muchos otros países donde también cultivan, producen y disfrutan de lo mismo. Me rindo. Ya no puedo aceptar la máxima culinaria "como las naranjas valencianas, ninguna". Creía ciegamente en ella sin darme cuenta, y en la India he tenido que desecharla.
Película: Orquesta Club Virginia. Escena: pelea con el taxista cuando éste dice que las naranjas egipcias son mejores que las valencianas.
lunes, 8 de diciembre de 2008
Sandwicheras
Os presento las Tiffin o "Traditional Indian Lunch Boxes". Las fiambreras indias son una delicia. Tienen varios pisos y son de metal. Cada cosa va en su sitio sin mezclarse: el pan (nan), el arroz, la carne, el yogur y otras salsas... así la comida no se ablanda.
Me enamoré de ellas a primera vista y más de 2.000 metros de altitud. Estaba haciendo trekking en Cachemira. Hicimos una pausa antes de coronar la cima. Nos rodeaba la nieve. Entonces nuestro guía sacó una Tiffin de cuatro pisos. Dentro tenía carne estofada, arroz con azafrán, pan y uvas. Todo estaba caliente. Me pareció un lujo para el estómago. También nos sirvió té Chai de un termo.
No hace falta subir a una montaña para darse cuenta de las ventajas de las fiambreras. Hoy todos llevamos un tupper a la oficina. Pero se puede hacer con más o menos estilo.
Buceando en internet encontré un proveedor que abastece tiendas en Canadá, Estados Unidos, y por supesto, Inglaterra. A Massi le vendría bien la estándar de 12 euros. Borja necesitaría varios pisos de dabbas para sus hummus, cocktails de frutas y demás exquisiteces (le gusta el orden).
¿Y yo? Yo deseo un tiffin con la misma intensidad en que estaba empeñada en comprar un termo chino después de ver In The Mood For Love. ¡Cuánta delicadeza cabe en un termo!
Añadido: Buceando otra vez en internet he encontrado un grupo de diseñadores españoles (María Campillo, Vanesa Olmos y Javier Pavón) que ganaron un premio de diseño en Inglaterra con su proyecto de Packaging "Tiffin Away", reinterpretando el Tiffin a un envase de cartón, ¡gran trabajo!!!
viernes, 14 de noviembre de 2008
Happy Meal
Ahora entiendo el significado de Happy Meal. Pensaba que era un eslogan perverso. Pero ir al burger en determinadas circunstancias proporciona felicidad.
Mi primera hamburguesa de pollo en Delhi ha sido un acontecimiento. Estaba entusiasmada. Era la primera vez que iba a una zona comercial a pie. Y dar un mordisco a un panecillo blando con carne a la plancha, sin salsas raras, sólo con queso fundido y un par de rodajas de tomate es un placer.
Una hamburguesa no es sólo fast food, es un flotador dispuesto al rescate cuando todo es diferente y agotador. Tengo que pedir perdón. Os regañé por comer hamburguesas en Roma mientras esperábais el bus a Vasto. Ahora os entiendo.
Hasta Popeye tenía un amigo que devoraba hamburguesas con la misma ansiedad que él espinacas. Este hecho obliga a recapacitar. No pueden ser tan malas... Lo curioso es que mi Wimpy no es nacional. Es una empresa que nació en un pub londinense y se hizo fuerte en Sudáfrica.
domingo, 9 de noviembre de 2008
Quiero un filete
Tras cruzar un sinfín de calles sin asfalto, con un taxista que solo habla hindi, cuyo nombre trato de memorizar, no sé para qué, llego a Lodi, un restaurante en medio de un jardín. Un oasis. Llegas con los ojos hinchados de la polución y entras en otro mundo. Atrás queda el estrés de fijarte en la ciudad para memorizar el camino y no ver más que una cortina de polvo.
La niebla sucia desaparece y accedes por un caminito de piedra a una especie de microcosmos de flores, charcas, palmeras, nenúfares, farolillos y velas. Una camarera te intercepta y te conduce al restaurante. Una pena. Hoy las mesas al aire libre están ocupadas por una fiesta privada.
Completamente feliz de haber salido por primera vez de casa solita, como una niña mayor, con mis primeras rupias quemándome en el bolsillo, el Lodi promete. Voy a conocer a una chica española que trabaja en la embajada. Y a su madre, su tía, y otras cuatro compañeras. Como el ambiente es internacional se me hace la boca agua pensando que a lo mejor puedo comer un buen filete, ¿quizás de ternera?.
Quiero carne tras tres días de arroz basmati y comida vegetariana. Encuentro nuestra mesa de carambola. Mientras me preguntan todo sobre mi vida y me doy cuenta de que soy una periodista de mierda a la que sacan toda la información sin que me de tiempo a devolver la batería de preguntas, mi apetito por un buen bistec aumenta.
Ojalá llegue el día en que me convierta en una Nadal de la conversación. En ser la primera en golpear. En hacer preguntas. Hasta que llegue ese momento me concentro en el menú. La comida ahuyenta esas paranoias de mi cabeza. En Lodi cocinan fusión. Tienen paella que sabe a risotto, paté francés que parece un postre, y pollo tandori hindú semejante al pollo guisado con tomate de toda la vida.
Pido baby lamb imaginando que será la carne más suave. Me imagino una patita dorada al horno, pero a la mesa llega un estofado. No quería salsas. Quería comer carne con un puntito de sal y olvídate de especias. Dentro flotan cebolletas tan duras como piedras.
Al llegar a ese segundo, después de haber comido compulsivamente media cesta de pan con mousse de paté me doy cuenta de que la elección del chesee Steak hubiera sido más acertada. Pensé que un filete cubierto de queso gratinado me llenaría mucho. No, mejor carne sin adornos. Y acabo con una sopa de cordero. Sin embargo a esa altura me daba todo igual.
Notaba calor. Un poco de fiebre después de masticar tanta polución. Así que regresé a casa después de conocer al embajador de España, Ion de la Riba vino a a saludar a sus empleadas. Es muy majo y accesible y viste como un indio.
La niebla sucia desaparece y accedes por un caminito de piedra a una especie de microcosmos de flores, charcas, palmeras, nenúfares, farolillos y velas. Una camarera te intercepta y te conduce al restaurante. Una pena. Hoy las mesas al aire libre están ocupadas por una fiesta privada.
Completamente feliz de haber salido por primera vez de casa solita, como una niña mayor, con mis primeras rupias quemándome en el bolsillo, el Lodi promete. Voy a conocer a una chica española que trabaja en la embajada. Y a su madre, su tía, y otras cuatro compañeras. Como el ambiente es internacional se me hace la boca agua pensando que a lo mejor puedo comer un buen filete, ¿quizás de ternera?.
Quiero carne tras tres días de arroz basmati y comida vegetariana. Encuentro nuestra mesa de carambola. Mientras me preguntan todo sobre mi vida y me doy cuenta de que soy una periodista de mierda a la que sacan toda la información sin que me de tiempo a devolver la batería de preguntas, mi apetito por un buen bistec aumenta.
Ojalá llegue el día en que me convierta en una Nadal de la conversación. En ser la primera en golpear. En hacer preguntas. Hasta que llegue ese momento me concentro en el menú. La comida ahuyenta esas paranoias de mi cabeza. En Lodi cocinan fusión. Tienen paella que sabe a risotto, paté francés que parece un postre, y pollo tandori hindú semejante al pollo guisado con tomate de toda la vida.
Pido baby lamb imaginando que será la carne más suave. Me imagino una patita dorada al horno, pero a la mesa llega un estofado. No quería salsas. Quería comer carne con un puntito de sal y olvídate de especias. Dentro flotan cebolletas tan duras como piedras.
Al llegar a ese segundo, después de haber comido compulsivamente media cesta de pan con mousse de paté me doy cuenta de que la elección del chesee Steak hubiera sido más acertada. Pensé que un filete cubierto de queso gratinado me llenaría mucho. No, mejor carne sin adornos. Y acabo con una sopa de cordero. Sin embargo a esa altura me daba todo igual.
Notaba calor. Un poco de fiebre después de masticar tanta polución. Así que regresé a casa después de conocer al embajador de España, Ion de la Riba vino a a saludar a sus empleadas. Es muy majo y accesible y viste como un indio.
Tikaram estaba esperando para llevarme de vuelta a casa. Tres horas de taxi me costó 15 euros. Debí pagar 11, pero se hizo el loco, que si no tiene cambio... La próxima vez pido pasta italiana. Seguro que no pueden hacerla mal (ahora sé porqué triunfa la cocina transalpina) y pido el cambio. La India es un buen sitio para aprender a que no te tomen el pelo y no dejar pasar la oportunidad de comer un buen filete. La próxima atacaré como una fiera.
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