miércoles, 29 de abril de 2009

Il Vecchio Casale

Ho sempre pensato che gli ibridi nella ristorazione non pagano. Detto così sembra che gli ibridi sono dei simpatici bonaccioni che vanno di ristorante in ristorante a mangiare a sbafo, come si dice dalle parti nostre...con delle grandi macchie di olio sulle canottiere e lo stecchino tra i denti. Per ibrido intendo locali che non hanno un chiaro profilo, quelli che fanno un po' di tutto, insomma. Esempio classico, i pub-pizzeria che infestano la costa. Però lì c'è la necessità di accontentare tutti e di farlo a un prezzo decente o non troppo indecente (in questa materia i vastesi hanno una luuuunga esperienza...).

Qualche settimana fa sono tornato a 'Il Vecchio Casale', elegante ristorante nella zona del vastese. Più esattamente qui:


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Locale ben decorato, spazioso, con giardino (le statue io le toglierei), ovviamente tutto pulito e ben tenuto...ma, è un ibrido: si muove tra cucina tradizionale e moderna (apro il dibattito: la fusione è impossibile!).

Il risultato è che ti alzi da tavola insoddisfatto. Non sai se hai mangiato bene...Rimani con il dubbio: ho mangiato buoni piatti 'moderni' che non capisco o ho mangiato mediocri piatti di cucina tradizionale? Per spiegarmi, a tutti è capitato di vedere un quadro e chiedersi: sono io che non lo capisco o non significa niente? Sapete, uno di quei quadri che se lo rigiri ti sembra uguale...Ecco, il pranzo dell'altro giorno mi è sembrato uno di questi quadri.

Mi permetto di dare un consiglio (non richiesto) all'organizzazione: se il piatto si serve al tavolo, le presentazione si perde (il modello 'mensa militare' non piace a nessuno) e il piatto enorme in cui mi servono mi dice solo una cosa: stai mangiando poco. Se invece si curasse la presentazione, penserei: "WOW! che bel piatto!".

Non so bene perché, ma siamo disposti a rinunciare alla quantità per mangiare piatti 'moderni'. E la presentazione ha un ruolo chiave nella cucina moderna. Se penso alla cucina tradizionale, penso ad una quantità M o L, no S o XS, e se la presentazione non è curata, non m'importa. Ma se parliamo di cucina moderna, alta o fusion, beh, vorrei che davvero il piatto mi parlasse e non m'importa la quantità purchè si tratti di sapori eccezionali.

Da sottolineare, infine, il servizio: ottimo.

lunes, 20 de abril de 2009

Naranjas, narangees o santras



Lobachevski refutó la geometría euclídea demostrando que "el camino más corto entre dos puntos no es una recta, sino una curva" si se toma como referencia una esfera. Las curvas rompieron mis esquemas en aquella clase de teoría de la argumentación.

Ocho años más tarde en Nueva Delhi volvió a pasarme. Con unas naranjas. Porque la comida puede ejercer ese punto y aparte que arranca ideas preconcebidas. Ocurrió de la manera más inocente, mientras paseaba en el mercado de Greenpark . Llevaba bastante tiempo sin comer fruta. Y un puesto de naranjas me desafió. Allí estaban, pequeñas y redondas para reírse de mis prejuicios.

Pues las santras son tan dulces como las naranjas españolas. Ahora bien, por fuera son verdes. Esa diferencia de color me echó para atrás ipso facto. Pensé, "con este dolor de cabeza, la contaminación y el ruido, el colmo sería comer una naranja ácida". Cuando la calle agota te vuelves un sibarita y sólo quieres ir a lo seguro. Sobre todo con el paladar.

 A mí me encantan las naranjas de mesa. Arrancar los gajos y toda la ceremonia al comerlas. Es una fruta perfectamente envasada en su propia piel. Fácil de comer y aromática. Ni siquiera la piel de naranja debería tener una connotación negativa.

Cuando regresamos a casa mondamos las naranjas, las comimos como si fueran gominolas y su olor se quedó impregnado en nuestras manos. Fue reconfortante disfrutar de ellas igual que en Madrid. Por eso me he propuesto dar a conocer las jugosas narangees indias al público español de este blog.

Tendemos a hacer patria y desconfiar. Sobre todo con lo que consideramos autóctono y exclusivo: naranjas, vino, queso o aceite de oliva. Hay muchos otros países donde también cultivan, producen y disfrutan de lo mismo. Me rindo. Ya no puedo aceptar la máxima culinaria "como las naranjas valencianas, ninguna". Creía ciegamente en ella sin darme cuenta, y en la India he tenido que desecharla.

Película: Orquesta Club Virginia. Escena: pelea con el taxista cuando éste dice que las naranjas egipcias son mejores que las valencianas.





miércoles, 1 de abril de 2009

De arroz (II)


El espíritu indómito de la desaparecida Factoría sigue vivo en quienes formamos parte de ella, y de vez en cuando se manifiesta en ideas-disparate, noches autodestructivas y comidas pantagruélicas. Así, este lunes decidimos que para nosotros no lo sería y fuimos a Valencia a comer arroz. Me quedé dormido, nos nevó a lo bestia al pasar por Cuenca (nieve, sí; grandes copos cuajando sobre el asfalto); ya empezábamos a creernos que era una tontería hacerse 700 kilómetros por un arrocito -que en verdad no era más que el pretexto-, y encima un lunes, que no hay pescado. Pero pronto los malos augurios quedaron desactivados. El tiempo estuvo de perros en Valencia, pero los placeres del paladar compensaron los sinsabores metereológicos.

Primera parada, Casa Montaña. A esta asombrosa bodega centenaria situada en el amenazado Cabanyal le han puesto un reverso moderno en la trastienda, pero por delante mantiene la pátina y sobre todo la calidad del producto. Esas anchoas, pese a venir de Santoña, no las he comido yo en ningún lado. El atún marinado, la brandada de bacalao y unos monumentales michirones completaron la parte sólida del aperitivo. En cuanto al beber, probamos dos vinos alicantinos excelentes, Rojo y Negro y Al Muvedre, que nos hemos propuesto beber también en Madrid.


Ahí estamos, envaraditos, un servidor, Ana y Fernando posando en el buen lugar (foto vía Flickr).

Y vayamos al arroz porque sé que desde que habéis visto el caldero de arriba estáis salivando. Fuimos a La Rosa, quizá el comedor arrocero con más solera de cuantos se alinean ante la Malvarrosa, y que para tomar distancias con la movida playera tiene el buen gusto de cerrar por vacaciones cuando llega lo más crudo del verano.

El lunes apenas la presencia de la Alcaldesa alteró la tranquilidad del restaurante, que estaba a medio gas. Estuvimos no obstante rodeados de un puñado de mesas de oligarcas valencianos despachando corruptelas. Nos dio un poco lo mismo porque estaba el arroz. Yo soy de arroces secos, bien lo sabéis los que me conocéis, pero por no pedir A Banda, que es mi predilecto, o con Ortigas de mar, que es especialidad de la casa pero caldoso, optamos por el Marinero del Cabañal, que aunque meloso guarda la compostura. Creo que en la imagen de arriba se puede apreciar la deliciosa densidad del fumé. Se suele decir que en Valencia D.C. no se hacen buenos arroces. Empiezo a tener cierta experiencia al respecto, y es verdad que algunos sitios con tradición decepcionan. Poco bueno, por ejemplo, puedo decir del A Banda que me comí el verano pasado en El Famós. Pero La Rosa nunca falla. Lo pagas, pero nunca falla.

Después del arroz, somnolientos por la digestión, desafiamos el temporal dando una vuelta por el centro. Antes de partir para Madrid pasamos por el Horno del Tossal, donde en anteriores visitas hemos arrasado, pero antier apenas tenían género... El lunes, definitivamente, es un mal día para ir a Valencia, pero nosotros disfrutamos de lo lindo.