domingo, 9 de noviembre de 2008

Quiero un filete



Tras cruzar un sinfín de calles sin asfalto, con un taxista que solo habla hindi, cuyo nombre trato de memorizar, no sé para qué, llego a Lodi, un restaurante en medio de un jardín. Un oasis. Llegas con los ojos hinchados de la polución y entras en otro mundo. Atrás queda el estrés de fijarte en la ciudad para memorizar el camino y no ver más que una cortina de polvo.

La niebla sucia desaparece y accedes por un caminito de piedra a una especie de microcosmos de flores, charcas, palmeras, nenúfares, farolillos y velas. Una camarera te intercepta y te conduce al restaurante. Una pena. Hoy las mesas al aire libre están ocupadas por una fiesta privada.

Completamente feliz de haber salido por primera vez de casa solita, como una niña mayor, con mis primeras rupias quemándome en el bolsillo, el Lodi promete. Voy a conocer a una chica española que trabaja en la embajada. Y a su madre, su tía, y otras cuatro compañeras. Como el ambiente es internacional se me hace la boca agua pensando que a lo mejor puedo comer un buen filete, ¿quizás de ternera?.

Quiero carne tras tres días de arroz basmati y comida vegetariana. Encuentro nuestra mesa de carambola. Mientras me preguntan todo sobre mi vida y me doy cuenta de que soy una periodista de mierda a la que sacan toda la información sin que me de tiempo a devolver la batería de preguntas, mi apetito por un buen bistec aumenta.

Ojalá llegue el día en que me convierta en una Nadal de la conversación. En ser la primera en golpear. En hacer preguntas. Hasta que llegue ese momento me concentro en el menú. La comida ahuyenta esas paranoias de mi cabeza. En Lodi cocinan fusión. Tienen paella que sabe a risotto, paté francés que parece un postre, y pollo tandori hindú semejante al pollo guisado con tomate de toda la vida.

Pido baby lamb imaginando que será la carne más suave. Me imagino una patita dorada al horno, pero a la mesa llega un estofado. No quería salsas. Quería comer carne con un puntito de sal y olvídate de especias. Dentro flotan cebolletas tan duras como piedras.

Al llegar a ese segundo, después de haber comido compulsivamente media cesta de pan con mousse de paté me doy cuenta de que la elección del chesee Steak hubiera sido más acertada. Pensé que un filete cubierto de queso gratinado me llenaría mucho. No, mejor carne sin adornos. Y acabo con una sopa de cordero. Sin embargo a esa altura me daba todo igual.

Notaba calor. Un poco de fiebre después de masticar tanta polución. Así que regresé a casa después de conocer al embajador de España, Ion de la Riba vino a a saludar a sus empleadas. Es muy majo y accesible y viste como un indio.

Tikaram estaba esperando para llevarme de vuelta a casa. Tres horas de taxi me costó 15 euros. Debí pagar 11, pero se hizo el loco, que si no tiene cambio... La próxima vez pido pasta italiana. Seguro que no pueden hacerla mal (ahora sé porqué triunfa la cocina transalpina) y pido el cambio. La India es un buen sitio para aprender a que no te tomen el pelo y no dejar pasar la oportunidad de comer un buen filete. La próxima atacaré como una fiera.

4 comentarios:

Martínez dijo...

Qué gran historia, jefa... ¡Escribenos!

Andrea dijo...

Brillante como siempre. "Un Nadal de la conversación", ¡qué historia!

Anónimo dijo...

Pobre Mowgli, cuando vaya a verte intentaré llevar filetes de estraperlo!

Massi dijo...

Estuve comiendo en un sitio muy bueno (sí, pronto escribiré una crítica) y pensé: esto a Rachel le encantaría...Y acabé comiendo ternera en tu honor! (Bueno, los primeros tres trozos, los demás era para mi estomaguito...). Pobrecita...

Baciii!

PD: No puedes comprar filetes en el mercado negro?!