miércoles, 31 de diciembre de 2008

Sopa nostálgica


Hablaba el otro día de nostalgia; incidiendo, aun subrepticiamente, en su condición de flaqueza. Pero qué coño, es tiempo para regodearse en ella sin que nadie pueda reprochárnoslo. Es Navidad. Todo lo navideño contribuye a crear un estado de ánimo nostálgico. Pensad sin ir más lejos en los acordes de villancicos como 'Blanca Navidad' (aqui sencillito, junto al fuego; aquí barroco): ¡es un vasodilatador de la emoción!

Yo estoy muy nostálgico, y ha contribuido a ello muy especialmente saber hace un par de semanas que la oferta que iba a ligarme indefinidamente a la empresa en la que trabajo desde hace unos años sencillamente se ha volado de la mesa con las brisas de la pre-depresión. Esto me pasa por haber sentimentalizado tontamente mi pertenencia a la casa...

Me estoy enrollando de mala manera para acabar hablando de comida. Hoy he vuelto al Sopa y me ha arrebatado un poco la nostalgia. Antes del cambio de sede (hace ya un año) este local (tienda, taller de orfebrería y comedor vegetariano en uno) estaba al lado del curro y era comodín recurrente para comer a deshoras. En estos últimos meses he parado por allí muy excepcionalmente, pero todavía me saludan afectuosamente. Eso, los buenos recuerdos, y el hecho de que todo haya ido a peor desde que nos mudamos hacen del Sopa una grata falacia de tiempos felices que no lo fueron tanto.

Pero eso es sólo el complemento. El Sopa me gustaba y me gusta porque es el sitio perfecto para comer el día laborable que no toca homenaje. Siempre y cuando no esté petado de modernos y neoyorquinos frustrados, que acuden como moscas a la llamada de su decoración minimal, la susurrante música New Age y el pedigrí macrobiótico del sitio.

En atención a su nombre, sopas y purés son su especialidad (recuerdo el de borsch como uno de mis favoritos; el de verduras está tan bueno como el de mi casa), pero hacen unos potajes de miedo. Hoy mismo me comí uno de garbanzos que me supo a gloria. Cuenco con cuenco, arroz integral para acompañar, sueltecito y con sésamo y pipas de calabaza (os recuerdo, como hace mi madre cada vez que tiene ocasión, que son muy buenas para la próstata) por encima; con un chorrito de salsa de soja está muy rico.

En los segundos platos María, la artífice de la mayoría de las cosas calientes que se comen en el local, tiene el banco de pruebas. Aparte de los siempre muy ricos bocadillos y los falafel, hace experimentos varios con berenjenas, calabacines, pimientos y todos los procesados de la soja que podáis imaginar. Los postres vienen todos de fuera; de los helados, en tiempos nos gustaba mucho el de yogur. La tarta de zanahoria tiene mucho éxito, pese al glaseado tóxico que, desafiando la filosofía del Sopa, la recubre. Tienen pastelitos árabes, y unas galletas de avena de a 30 céntimos la unidad que siempre han servido para redondear el importe del vale de comida y que a media tarde sientan muy bien.

Digamos que el Sopa ofrece una fast food perfecta para los slow eaters como Massi. Aunque comas en 20 minutos, el rato se dilata gracias a la relajada atmósfera del sitio. Está en el número 23 de la calle Nieremberg.

1 comentario:

Massi dijo...

El Sopa!! Oooooh...sabes cuantas veces he dicho: tengo que volver! Pero, para qué?! Si ya no va a ser lo mismo...

Supongo que ésta es la nostalgia: saber que algo bueno ya no es bueno como antes...Por cierto, qué pasa en Navidad que nos ponemos nostálgicos? Será por el tiempo que pasa? o será por la imposibilidad de creer en los Reyes Magos?!